La fuerza del natural - AMPA Severí Torres

Pero, si mal no me engaño,
sin duda debió de irse,
pues le busco y no le hallo.
¡Ah Roberto! -Él se volvió
por respeto o embarazo;
que yo le dejé aquí fuera.
DUQUE. Vos debisteis de engañaros;
que estáis, Carlos, tan confuso,
que, de vos mismo apartado,
no veis lo mismo que veis.
Ea, Carlos, reportaos;
que aunque Julio hay haya perdido
la grandeza de este estado,
siempre os tendré, Carlos, yo
en mi amor y mi agasajo. (Vase).
CARLOS. El cielo, Señor, os guarde.
Vamos a morir, agravios,
y ruego a Dios que esta vida,
que tan infelice aguardo,
deba su postrer consuelo
a las violencias de un rayo.
ESCENA XI.
AURORA.-CARLOS.
AURORA. ¿Qué es eso, Carlos? ¿Qué es eso?
CARLOS. Señora... pero ¿qué finjo?
Esto es trastornar el viento
el imperio cristalino,
chocar contra el duro escollo
la violencia del navío,
abrasar violento un rayo
la pompa de un edificio.
Esto es desesperación,
muerte, horror; pues es lo mismo
quereros sin esperanza,
arder por vos sin alivio,
ver el bien sin alcanzarle;
y dándome el cielo esquivo
la sed para la congoja,
negarme el cristal él mismo.
AURORA. ¿Qué decís, Carlos? ¿Qué es esto?
Pues ¿vos, necio y atrevido,
a decir en mi presencia
os arrojáis?... (Ap. ¿Cómo riño
lo mismo que yo deseo?
Deseo... pero ¿qué digo?
Lo que me halaga condeno.
¡Cielos, sin duda conmigo,
sin saber quién es, pelea
oculto impulso preciso!)