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El cristianismo. Esencia e historia - Laicos

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C.III. EL PARADIGMA CATÓLICO-ROMANO DE LA EDAD MEDIA<br />

doce años más tarde llevaría a la práctica de forma osada y perseverante,<br />

con una energía enorme, el nuevo programa de Humberto: Hildebrando.<br />

La imposición del sistema romano<br />

Cuán largo había sido, si se piensa en el dramatismo de muchos pontificados,<br />

el camino entre León I y León IX, y cuán corto era ese mismo<br />

camino si se mira a la programática. Por fin, después de muchos reveses<br />

y derrotas, el papado estaba en condiciones de realizar el programa desarrollado<br />

ya a mediados del siglo v y de establecer en la Iglesia la dominación<br />

del papa fundamentada supuestamente partiendo del apóstol Pedro.<br />

Contando con la plétora de documentos y decretal es, se podía hacer<br />

valer ahora de forma efectiva el primado de poder (primado de jurisdicción)<br />

del papa cimentado de forma histórica y dogmática, pulido de<br />

forma jurídica y estructurado de forma organizativa; hacer valer frente<br />

a arzobispos y obispos, frente a Iglesias nacionales y diocesanas, por<br />

último, frente a todo cristiano concreto: tanto frente al fiel más humilde<br />

como frente a reyes y emperadores. Sólo ahora, después de 600<br />

años, se podía imponer en la cristiandad el programa romano como<br />

sistema jurídico-político, como una forma de organización eclesiástica<br />

determinada mediante dependencias de instituciones y personas. Sólo<br />

ahora, en el siglo XI, el paradigma latino-católico fundamentado por<br />

Agustín y por los obispos romanos en el siglo v aparece como el paradigma<br />

con configuración católico-romana en sentido estricto.<br />

En efecto, aparece ahí de inmediato una restricción importante:<br />

este sistema romano no pudo imponerse, por ejemplo, en toda la cristiandad,<br />

en toda la Iglesia, sino sólo en la Iglesia occidental. En efecto,<br />

ésta se presentaba ahora en la figura del papado con una creciente seguridad<br />

en sí misma y con una mayor conciencia de poder. No era sólo<br />

que a la cristiandad oriental jamás se le hubieran pedido decreta y<br />

responsa, no era sólo que ningún monasterio oriental hubiera pedido la<br />

concesión de la exención papal, no era sólo que Oriente -salvo en<br />

crisis, como bajo Nicolás I y el patriarca Focio- hubiera vivido en el<br />

tradicional paradigma veterocristiano sin preocuparse de la Roma decadente<br />

durante tanto tiempo. No, las diferencias son más profundas.<br />

Lo escuchamos ya en el contexto de aquel paradigma (P 11) veteroeclesial-helenista:<br />

cuando en tiempos del mismo papa León IX, tan creativo,<br />

y de su tan apasionado y fogoso legado Humberto de Silva Can di da,<br />

la cristiandad oriental se veía confrontada ahora, de forma directa, con<br />

el primado de dominación romano desarrollado por completo en el pIano<br />

histórico-dogmático y en el jurídico-político (Humberto en Constantinopla),<br />

ésta lo rechazó, como era de esperar. Y cuando Humberto pronunció<br />

en 1054, en nombre del papa, la excomunión contra Cerulario<br />

y los suyos, preparada ya con antelación, provocó de inmediato la con-<br />

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7. ROMANIZACiÓN A COSTA DE LA CATOLICIDAD<br />

traexcomunión bizantina, a la que se unieron luego también los otros<br />

principados orientales (Bulgaria, Serbia, Rusia). Resultado: con la ruptura,<br />

ahora abierta y nunca sanada de verdad, entre la Iglesia de Oriente<br />

y la de Occidente, simplemente se hacía ahora público lo que se había<br />

ido configurando desde hacía tiempo en un dilatado y muy complejo proceso<br />

de distanciamiento: el nuevo paradigma católico-romano (P 111)<br />

manifestaba con claridad su incompatibilidad con el paradigma veteroeclesial-helenista<br />

(P 11). <strong>El</strong> incremento del primado romano se hizo a<br />

costa de las estructuras sinodales-episcopales de la Iglesia antigua, que<br />

en Occidente se destruyen en su mayoría.<br />

En realidad, ¿cómo podría haber aceptado la cristiandad oriental<br />

en virtud de sus tradiciones milenarias aquel primado de dominación<br />

romana, anunciado hacía ya tiempo en la vieja Roma, pero nunca tomado<br />

realmente en serio en la nueva Roma, primado que es propagado<br />

de forma ofensiva, en el siglo XI, por el papa en persona y por sus<br />

legados por doquier en los centros de la cristiandad occidental? ¿Cómo<br />

podría haber aceptado ella lo que, por ejemplo, fue definido en un<br />

concilio celebrado en Reims cinco años antes de la ruptura (1049) bajo<br />

la presidencia personal de León IX: que el papa sólo es el primado<br />

universal, apostólico? A decir verdad, la severa derrota militar debería<br />

haber sido una advertencia para León cuando trata de imponer su pretensión<br />

de primado también en el sur de Italia contra los normandos<br />

asentados allí desde el 1016, poniéndose personalmente a la cabeza de<br />

un ejército bélico. Pero respecto de normandos y alemanes un renversement<br />

des alliances parecía más indicado de lo que el mundo sospechaba<br />

entonces. Porque la realización de la supremacía de la Iglesia exigida<br />

ahora de forma programática bajo el eslogan Libertas Ecclesiae -«Libertad<br />

para la Iglesia» (como institución pontificia), no confundir con<br />

«libertad de los hombres cristianos» o con «libertad en la Iglesia- avanza<br />

ahora con rapidez. La liberación del papado de la influencia del imperio<br />

alemán, que había sido llevada hacia arriba, y su conversión en la<br />

institución de dominación europea central se realizó a una velocidad<br />

impresionante. Un protocolo breve de aquellos años dramáticos:<br />

En el año 1054 muere León IX, y su sucesor Víctor 11 será el último<br />

papa nombrado por un emperador alemán.<br />

En 1056 muere el emperador Enrique 111, de forma prematura, a los<br />

treinta y nueve años, y deja un hijo de seis años, Enrique IV, y, con ello,<br />

un vacío de poder.<br />

En el 1057 Esteban IX (aquel canciller romano Federico de Lorena,<br />

que había acompañado a Humberto a Constantinopla y que era poco<br />

amigo de los alemanes) es elegido papa, a propuesta de Humberto, sólo<br />

cuatro días después de la muerte de Víctor, ignorando todos los derechos<br />

históricos del emperador alemán; un hecho consumado que Hildebrando,<br />

como legado pontificio, se encargará de notificar con posterioridad<br />

a la corte regia.<br />

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