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-Qué la niña se lo pasa viendo todo el tiempo, señora,<br />
que ya ni el té quiere tomar…-. –Marta, usted es<br />
nueva, no nos conoce mucho todavía, pero sepa que<br />
mi hija no ve, es ciega de nacimiento, sólo se para ahí<br />
a tomar aire y a disfrutar el aroma de las flores que,<br />
yo insisto, usted debe cambiar día a día, Marta…- .<br />
Desde la muerte de Dorita todo había sido diferente,<br />
mis horas resultaban aburridas al no<br />
oírla pasar con el fuentón y la risotada lista<br />
para cuando le preguntara sobre la pintura.<br />
Una flor solitaria, indemne, con dos pétalos<br />
expuestos como ovoides bracitos que yo percibía<br />
al mirar. La flor y su franca fragilidad, su sereno<br />
despotismo al no haberse movido jamás de<br />
allí en todos los años que yo estuve frente a ella.<br />
Fue al final del almuerzo, mientras me retiraba a<br />
mi siesta resignada de todas las tardes, cuando escucho<br />
de mi madre ya senil: -¡Marta, que cambie<br />
las flores de la entrada todos los días le dije… ¡y me<br />
saca ese espejo viejo y mohoso de ahí también!.-<br />
Nadine Alemán<br />
<strong>Herencia</strong><br />
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