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Revista Herencia, vol 2

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-Qué la niña se lo pasa viendo todo el tiempo, señora,<br />

que ya ni el té quiere tomar…-. –Marta, usted es<br />

nueva, no nos conoce mucho todavía, pero sepa que<br />

mi hija no ve, es ciega de nacimiento, sólo se para ahí<br />

a tomar aire y a disfrutar el aroma de las flores que,<br />

yo insisto, usted debe cambiar día a día, Marta…- .<br />

Desde la muerte de Dorita todo había sido diferente,<br />

mis horas resultaban aburridas al no<br />

oírla pasar con el fuentón y la risotada lista<br />

para cuando le preguntara sobre la pintura.<br />

Una flor solitaria, indemne, con dos pétalos<br />

expuestos como ovoides bracitos que yo percibía<br />

al mirar. La flor y su franca fragilidad, su sereno<br />

despotismo al no haberse movido jamás de<br />

allí en todos los años que yo estuve frente a ella.<br />

Fue al final del almuerzo, mientras me retiraba a<br />

mi siesta resignada de todas las tardes, cuando escucho<br />

de mi madre ya senil: -¡Marta, que cambie<br />

las flores de la entrada todos los días le dije… ¡y me<br />

saca ese espejo viejo y mohoso de ahí también!.-<br />

Nadine Alemán<br />

<strong>Herencia</strong><br />

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