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Los hombres seducen a las vacas dóciles,<br />
quienes se dejan tocar los senos entre la paja del<br />
establo.<br />
Luego montan gozosos yeguas de pelo negro entre<br />
el ramaje<br />
o en el río; las hacen correr entre sudores y gritos<br />
hasta que se detienen<br />
satisfechos, al final de la jornada. A veces montan<br />
también de noche,<br />
en sus casas calladitas, vestidos de cuero, una<br />
venadita,<br />
entre los gritos del coyote,<br />
bajo el amparo de tecolotes y copechis,<br />
sangrando amor como los cardenales<br />
que tienen su nido en el mezquite mirón de su<br />
ventana.<br />
Rosío Rendón<br />
San Rafael<br />
<strong>Herencia</strong><br />
Los pies del danzante guían la noche<br />
En que el niño presiente al coyote.<br />
Las mujeres llevan policromas flores en el pecho;<br />
sus manos paren constantemente pétalos amarillos<br />
Para saciar el alma de quien tiene hambre de noche,<br />
De los de espíritu extenuado que acuden a la ramada<br />
Para encontrar en grupo el equilibrio del universo.<br />
Los grillos no hacen competencia al flautero.<br />
Las piedras ni sueñan en entrechocar,<br />
pues es el tiempo del tamborilero.<br />
Lejos se ve acercarse la procesión.<br />
¡Viva San Rafael!<br />
Ya baila el venado,<br />
El pascola es inconsciente de la fatiga<br />
Porque el Itom Achaí 1 así lo dispone.<br />
En la cocina, tras la ramada, una vaca ofrenda su<br />
último suspiro.<br />
1 Nuestro padre, en lengua yaqui. Dios.<br />
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