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Revista Herencia, vol 2

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<strong>Herencia</strong><br />

En aquella abrumadora oscuridad, todo lo<br />

que él podía ver era el cigarrillo encendido<br />

de Pola que subía y bajaba lentamente<br />

y, que al ser aspirado, permitía apenas distinguir un<br />

esbozo del humo que en silencio ella expulsaba. Él<br />

no fumaba; la agobiante sensación de haber cometido<br />

el peor error de su vida le impedía tener la fuerza<br />

suficiente para mantener su mano derecha firme para<br />

poder encender el cigarrillo que se arruinaba en su<br />

mano izquierda, mucho menos tenía la sutileza de poder<br />

articular más de dos palabras tratando de formar<br />

una escuálida oración para justificar el secreto que<br />

por tanto tiempo había guardado y que estalló como<br />

una bomba de tiempo puesta apropósito en algún lugar<br />

sin saber cuán fuerte explotaría ni cuánto daño<br />

causaría, mas no por eso Pola, cuyo silencio al fumar<br />

en aquella penumbra donde era sólo el leve ardor del<br />

tabaco el que le recordaba a él que ella se encontraba<br />

frente suyo mirándolo, atravesando su hombría con<br />

sus ojos negros y siempre delineados que él más que<br />

adivinar, sabía de memoria por las una y mil veces en<br />

que Pola lo acusaba de mirar otras mujeres, soñar con<br />

otras mujeres, de imaginar, de hablar, de mencionar el<br />

nombre de cualquier otra mujer que no fuera ella. Pola<br />

no necesitaba palabras, ni sonidos ni reproches, sólo<br />

con sus ojos, con su mirada de mujer adicta al tabaco<br />

lograba quebrantar el espíritu de aquel escritor poco<br />

virtuoso que no era capaz que escribir más de una<br />

página en un día sin que tuviera una crisis de identidad<br />

o de madurez o de incomprensión ante el mundo,<br />

mientras Pola fumaba su cigarrillo silenciosamente,<br />

mirándolo condenatoriamente por ser una vergüenza<br />

de esposo o pareja o amante, y que sólo había publicado<br />

un libro de manera independiente con tal fracaso<br />

que ni sus familiares y amigos más cercanos, ni<br />

siquiera su adorada Pola (Dios sabrá por qué), asidua<br />

a la lectura, pudo superar las primeras 10 páginas de<br />

un libro de no más de 60 contando el índice y hojas<br />

varias. Sí, la mirada de Pola era más aniquiladora que<br />

cualquier otra cosa que él haya conocido en la vida.<br />

En aquella abrumadora oscuridad, un nuevo cigarrillo<br />

de Pola subía y bajaba lentamente en aquel<br />

silencio, mientras recordaba la última discusión un<br />

par de horas antes, cuando nuevamente él no pudo<br />

superar la página diaria. En aquella abrumadora<br />

102<br />

Pola<br />

David Gallardo<br />

oscuridad, la fría mano derecha de él no era capaz<br />

de encender el cigarrillo, mientras Pola dejaba caer<br />

una lágrima por su mejilla. En aquella abrumadora<br />

oscuridad, él no era capaz de articular más de dos<br />

palabras seguidas para formar una escuálida oración<br />

y poder explicarle a Pola porqué su frío cuerpo,<br />

inerte, fracasado, estaba tendido en la habitación<br />

contigua junto a una entristecida hoja de papel<br />

con sólo tres puntos suspensivos escritos en él.<br />

David Gallardo

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