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Gorki Máximo - Dias De Infancia.pdf - Biblioteca Revolucionaria

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Librodot Días de <strong>Infancia</strong> <strong>Máximo</strong> <strong>Gorki</strong><br />

oficiales de la tintorería, un mozo ancho de espaldas al que habían puesto por apodo<br />

"Gitanillo", se sentó a horcajadas en la espalda del tío Mijailo, en tanto que Grigorii<br />

Ivánovich, el capataz, un sujeto calvo, de barba larga y cerrada y gafas oscuras, ataba<br />

con toda tranquilidad las manos de mi tío con un pañuelo.<br />

El maniatado Mijailo estiró el cuello, barrió con la escasa barba negra el pavimento<br />

y profirió un ronquido raro; pero el abuelo seguía corriendo en torno de la mesa y<br />

exclamando en tono lastimero:<br />

-¿Y estos son hermanos? ¿<strong>De</strong> la misma carne y de la misma sangre? ¡Ah, mal rayo!<br />

...<br />

<strong>De</strong>sde el comienzo de la reyerta, yo, asustadísimo me había subido al hogar, y<br />

desde allí contemplaba lleno de miedo y de aflicción cómo la abuela lavaba en una<br />

jofaina de cobre la sangre que manaba de la aporreada cara de mi tío Jacobo. Mi tío<br />

lloraba y pataleaba, pero la abuela le dijo con voz apagada:<br />

-¡Qué condenados mozos estos! ¿Cuándo acabaréis de tener juicio? ¡Estos<br />

muchachos son demasiado salvajes!<br />

El abuelo se levantó la desgarrada camisa, que se le quería caer de los hombros, y<br />

exclamó:<br />

-¡SI, esas bestias has echado tú al mundo, bruja!<br />

Cuando salió tío Jacobo, la abuela se escurrió hasta un rincón del cuarto y<br />

prorrumpió en desgarradores lamentos.<br />

-¡Oh, santa Madre de Dios, Madre misericordiosa, haz que mis hijos entren en<br />

razón!<br />

El abuelo estaba de pie, un poco apartado de ella, mirando la mesa, en que todo<br />

estaba derribado y vertido, y dijo en voz baja:<br />

-Ten cuidado, madre, de que no le hagan nada a Bárbara... ¡Son capaces de<br />

matarla!<br />

-¡Por amor de Dios! ¿Qué estás diciendo? Pero quítate<br />

la camisa, te la zurciré.<br />

Y al coger entre ambas manos la cabeza del viejo, la besó en la frente. El escondió<br />

la cara en los hombros de la abue<br />

la, a los que alcanzaba justamente su pequeña estatura y, dijo:<br />

-Ya no me queda más remedio que repartirles los bienes, madre.<br />

-Sí; hazlo, padre; no hay otra solución.<br />

Largo rato estuvieron hablando, a! principio en completa armonía; pero luego, mi<br />

abuelo empezó a rascar el suelo con los pies, como un gallo antes de la pelea,<br />

amenazó a la abuela con el índice y dijo con perversa voz y en fuerte cuchicheo:<br />

-A ti ya te conozco ... ¡Tú estás de parte de los dos! Tu Miska es un verdadero<br />

jesuita, y tu Yaska, un masón. Lo que quieren es beberse y derrochar lo que yo tengo.<br />

<strong>De</strong>sde mi refugio hice un movimiento torpe y tiré una plancha, que cayó sobre un<br />

saliente y rebotó de él en al cubo de la basura. El abuelo saltó al escalón, me bajó del<br />

hogar y me miró a la cara como si me viese por primera vez.<br />

-¿Quién te ha subido ahí arriba? ¿Tu madre?<br />

-He subido yo solo.<br />

-¡No mientas!<br />

-No; de veras... ¡Tenía tanto miedo!...<br />

Me dio un golpecito en la frente y me apartó de sí.<br />

-¡Es su padre clavado! ¡Hala, largo de aquí! Me alegré de poder salir de la cocina.<br />

No se me escapaba que mi abuelo me observaba atentamente con sus perspicaces y<br />

penetrantes ojos verdes, y le tenía miedo. Recuerdo que procuraba sustraerme siempre<br />

a la mirada de aquellos ojos abrasadores. Tenía a mi abuelo por un hombre malo, que<br />

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