Gorki Máximo - Dias De Infancia.pdf - Biblioteca Revolucionaria
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Librodot Días de <strong>Infancia</strong> <strong>Máximo</strong> <strong>Gorki</strong><br />
Y volviéndose a mí, mientras movía la cabeza, con su negra melena, en una forma<br />
que no presagiaba nada bueno, me dijo:<br />
-¡Ya verás, bribón, ya verás lo caro que te cuesta! Acudió la abuela a toda prisa,<br />
profiriendo lamentos, y rompió en llanto, mientras me decía:<br />
-¡Ah, granuja, pillete! ¡No te dará un torzón, diablejo! Pero al oficial le advirtió:<br />
-No digas nada de esto al abuelo, Vania. Yo veré cómo<br />
lo arreglo, es posible que todavía se quite, lavándolo bien. Venia, el "Gitanillo",<br />
que se estaba secando las manos en<br />
una toalla de mil colores, dijo, preocupado:<br />
-Yo no diré nada, pero ese chico, ese Saska ... ¡Si ése no se va de la lengua!...<br />
-Yo le daré dos copeques -dijo la abuela, llevándome hacia casa.<br />
E¡ sábado, antes del oficio divino de la tarde, alguien me llevó a la cocina, donde<br />
todo estaba oscuro y en silencio. Recuerdo que la puerta del zaguán y las de las<br />
habitaciones estaban cerradas, y que afuera, en la oscuridad otoñal, caía la lluvia. En<br />
el ancho banco, ante el negro agujero del hogar, estaba sentado el "Gitanillo", al<br />
parecer nervioso y de mal humor. El abuelo se hallaba en el rincón, junto a un cubo<br />
lleno de agua, del cual sacaba una vara tras otra, las media y azotaba con ellas el aire<br />
haciéndolas silbar. La abuela permanecía entre las sombras, tomaba un polvo de cuando<br />
en cuando y gruñía:<br />
-¡Cómo se alegra ... ese enemigo malo!<br />
Saska, el hijo de Jacobo, estaba sentado en una silla en medio de la cocina, se<br />
restregaba los ojos con los puños y lloraba con voz completamente cambiada, como<br />
un mendigo viejo:<br />
-¡Perdóneme usted, por amor de Dios!<br />
<strong>De</strong>trás de la silla estaban como dos figuras de madera, hombro con hombro, los dos<br />
hijos del tío Mijailo, hermano y hermana.<br />
-En cuanto te haya vapuleado, te perdonaré -dijo el abuelo, pasándose por el puño<br />
la larga y húmeda vara-. ¡Ea, bájate los pantalones!<br />
Dijo esto con toda calma: ni el sonido de su voz, ni el crujido de la silla en que se<br />
movía el muchacho, ni la carraspera y el arrastrar de píes de mi abuela, pudieron<br />
aliviar la misteriosa impresión de silencio sepulcral que reinaba en la penumbra de !a<br />
cocina, de bajo y ahumado techo.<br />
Saska se levantó, se desabrochó los calzones, se los bajó hasta las rodillas, y<br />
sujetando la prenda con las manos y bajando la cabeza, se acercó al banco a<br />
tropezones. Me produjo una impresión rarísima, verle avanzar de aquel modo, y<br />
también a mí me entró temblor de piernas.<br />
La cosa empeoró cuando Saska se tendió humildemente en el banco boca abajo y<br />
Vania, con una toalla larga que llevaba sobre los hombros y el cuello, lo sujetó al<br />
asiento, y luego, con las negras manos, le sostuvo las piernas por los tobillos.<br />
-Acércate más, Lexei -exclamó mi abuelo, dirigiéndose a mí-. ¿No me oyes? Mira<br />
lo que es una paliza ... ¡A la una!...<br />
Sin dar muy fuerte, dirigió un golpe con la vara al cuerpo desnudo. Saska lanzó un<br />
grito.<br />
-No te quejes todavía -dijo mi abuelo-, que éste no te ha hecho daño. Pero esto otro<br />
s¡ te va a hacer.<br />
Y le dio un varazo tan fuerte, que en su piel se encendió al punto un ardiente<br />
verdugón rojo, y el chico empezó a gemir con desesperación.<br />
-No te hace gracia, ¿verdad? -preguntó el abuelo, llevando el compás con la mano<br />
que empuñaba la vara y haciéndola silbar-. ¿No te hace gracia? Esto es por lo de!<br />
dedal, para que te enteres.<br />
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