Gorki Máximo - Dias De Infancia.pdf - Biblioteca Revolucionaria
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Librodot Días de <strong>Infancia</strong> <strong>Máximo</strong> <strong>Gorki</strong><br />
La abuela no bailaba, sino que con sus movimientos parecía contar algo. Primero<br />
anda despacio, reflexivamente, titubeando; mira en torno bajo el brazo levantado, todo<br />
su cuerpo se mueve sin resolución y los pies tientan cuidadosamente el camino. Luego<br />
se queda parada, como sí súbitamente la asustara algo, su semblante se contrae, se<br />
pone sombrío y al momento siguiente se ilumina con una sonrisa clara y bondadosa.<br />
<strong>De</strong>spués se aparta a un lado, como sí dejara libre el paso a alguien o lo tomara de la<br />
mano; bajando la cabeza, se queda quieta y escucha, y su sonrisa es cada vez más<br />
clara y alegre... , y de pronto, como disparada, rompe a girar en remolinos; su figura<br />
se vuelve más esbelta y más alta<br />
y ya no es posible apartar los ojos de ella. ¡Tan admirablemente bello y amable<br />
parece su cuerpo en aquellos minutos de dichoso retorno a la juventud!<br />
Y Yevgueniya, la niñera, sigue cantando, con su vocecilla de trompeta:<br />
Pasa el domingo, baila y baila,<br />
el día entero sin parar.<br />
¡Qué lástima que los domingos<br />
no los quiera Dios alargar!<br />
Terminado el baile, mí abuela vuelve a sentarse delante del samovar; todos la<br />
elogian, pero ella se alisa el pelo y dice:<br />
-Callaos ya. ¡Como sí no hubierais visto nunca buenas bailarinas! Había en mi<br />
tierra, en Balajna, una muchacha -se me ha olvidado de qué familia era y cómo se<br />
llamaba- que cuando la veía una bailar lloraba materialmente de alegría- Era un<br />
encanto mirarla, y viéndola no se pedía ya nada más. Y yo, pobre de mí, ¡cuánto la<br />
envidiaba!<br />
-Los cantores y los bailarines son las primeras personas del mundo -dijo muy seria<br />
la niñera, que se puso a entonar una canción del rey David. El tío Jacobo estrechó en<br />
sus brazos a "Gitanillo" y le dijo:<br />
-En la taberna deberías bailar, Vanka. Volverías loca a la gente.<br />
-¡Ah, sí yo tuviera buena voz! -se lamentó "Gítaníllo"-. Sí Dios me la hubiera dado,<br />
cantaría diez anos seguidos y luego no me importaría meterme en un convento.<br />
Todos bebieron aguardiente y, sobre todo, Grigorií, empinó el codo más de la<br />
cuenta. La abuela le llenaba vaso tras vaso, pero previniéndole:<br />
-Cuidado, Gríscha, no te vayas a quedar completamente ciego.<br />
-¡<strong>De</strong>ja! -repuso él tranquilamente y con toda compostura-, Yo no necesito los ojos;<br />
ya lo he visto todo.<br />
Bebía sin embriagarse y sólo se ponía más locuaz a cada momento, y me hablaba<br />
casi siempre de mí padre.<br />
-¡Ah, era un hombre de gran corazón, aquel querido amigo <strong>Máximo</strong> Sábbatieich!<br />
-Sí, verdaderamente era un ángel de Dios -confirmaba la abuela, con un suspiro.<br />
Todo aquello era interesantísimo, me tenía en tensión constante e impregnaba mi<br />
corazón de una melancolía dulce y bienhechora. El dolor y la alegría viven juntos e<br />
inseparables en el pecho del hombre, y se suceden uno a otra con incomprensible<br />
celeridad.<br />
Una noche, mí tío Jacobo, sin estar muy ebrio, nos dio un espectáculo que me<br />
asustó muchísimo: se rasgó la camisa, se mesó el pelo como un loco y se tiró del fino<br />
y claro bigote, y de los colgantes labios.<br />
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