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Gorki Máximo - Dias De Infancia.pdf - Biblioteca Revolucionaria

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Librodot Días de <strong>Infancia</strong> <strong>Máximo</strong> <strong>Gorki</strong><br />

Capitulo I<br />

En la penumbra de la estrecha habitación, en el suelo, junto a la ventana, yace mi<br />

padre, más largo que nunca y envuelto en un lienzo blanco; los dedos de ambos pies<br />

se abren de un modo raro y están engarabitados los de sus manos bondadosas, que<br />

descansan pacíficamente sobre el pecho; sus ojos, siempre tan joviales, están tapados<br />

por los discos negros de sendas monedas de cobre; su apacible semblante está<br />

sombrío, y me dan miedo sus dientes, que asoman como una amenaza.<br />

Mi madre, sólo a medias vestida, con refajo rojo, está arrodillada en el suelo y, con<br />

un peine negro, que me solía servir a mi para aserrar cáscaras de melón, peina el<br />

cabello blando y largo de mi padre, desde la frente hacia la nuca; entre tanto, no para<br />

de hablar entrecortado, con voz hueca y ronca; tiene hinchados los ojos grises, que<br />

parecen enteramente derretirse cuando las lágrimas fluyen de ellos en gruesas gotas.<br />

A mí me tiene de la mano mi abuela, una señora regordeta, de cabeza muy grande,<br />

en que llaman la atención unos ojos enormes y la nariz de ridícula forma; viste completamente<br />

de negro y parece como blandecida; a mí me interesa extraordinariamente<br />

aquello. También la abuela llora de un modo peculiar y bonachón, como para hacer<br />

compañía a mi madre; al llorar tiembla de pies a cabeza y tira de mi y me empuja<br />

hacia mi padre; yo me resisto y me escondo detrás de ella, porque tengo mucho miedo<br />

y como una desazón misteriosa.<br />

No había visto nunca llorar a personas mayores, ni comprendía las palabras que<br />

repetía cien veces la abuela:<br />

-<strong>De</strong>spídete de tu padre, que no lo volverás a ver. Se ha muerto, hijo mío, de repente<br />

y en la plenitud de la vida.<br />

Yo había estado muy enfermo y me habla levantado hacía poco. Recuerdo muy<br />

bien que durante mi enfermedad mi padre había dado mucho que hacer por mi causa;<br />

pero siempre había estado optimista. Luego desapareció súbitamente y, en vez de él,<br />

apareció la abuela, aquella extraña señora.<br />

-¿<strong>De</strong> dónde has venido? -le pregunté.<br />

-<strong>De</strong> allá arriba, de Nijni.<br />

-¿Has venido andando?<br />

-Por el agua no se puede venir andando. He venido embarcada, naturalmente.<br />

Ahora estate quietecito.<br />

Yo no sabía cómo entender sus palabras. Arriba en nuestra casa, vivía un persa<br />

barbudo, y abajo, en el sótano. un viejo calmuco amarillo que comerciaba en pieles de<br />

oveja; para ir de casa del uno a la del otro había que bajar la escalera desde arriba o<br />

rodarla, si se le iban a uno los pies: pero ¿qué era aquello de "arriba" y "por el agua"?<br />

Resueltamente, en lo que decía mi abuela habla algo raro.<br />

-¿Por qué me he de estar quieto? -le pregunté yo.<br />

-Porque aquí no se puede hacer ruido -me contestó, bondadosa.<br />

<strong>De</strong> su ser trascendía un no sé qué amable, simpático. atrayente. <strong>De</strong>sde los primeros<br />

días hice amistad con ella, y ahora habría querido que dejara conmigo aquella<br />

habitación lo más pronto posible. La conducta de mi madre me oprimía, y sus llantos<br />

y sus gemidos despertaban en mi una sensación nueva e inquietante. La veía así, por<br />

primera vez: porque, de ordinario, era siempre muy severa, hablaba poco, y era tan<br />

grande, tan aseada y tan tiesa como un caballo; tenia el cuerpo recio y unos brazos tan<br />

fuertes que daban miedo. ¡Y ahora me ofrecía un aspecto tan desagradable! ... Estaba<br />

hinchadísima y desgreñada y todo en ella era desorden. El pelo, de ordinario muy bien<br />

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