Gorki Máximo - Dias De Infancia.pdf - Biblioteca Revolucionaria
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Librodot Días de <strong>Infancia</strong> <strong>Máximo</strong> <strong>Gorki</strong><br />
las paredes están sucias; cuando alguien tiene piojos, pronto se pone enfermo. Todo<br />
esto es evidente; lo que no sabe nadie es qué objeto tienen las cucarachas ni para qué<br />
sirven.<br />
Una noche, cuando la abuela estaba de rodillas y desahogaba su corazón hablando<br />
con Dios, mi abuelo abrió de golpe la puerta de nuestra alcoba y exclamó con voz<br />
ronca:<br />
-¡Madre, Dios nos ha venido a ver!... ¡Hay fuego en casa!<br />
-¿Qué dices? -exclamó la abuela levantándose a toda prisa, y ambos se precipitaron<br />
con pesados pasos hacía la sala, que estaba en sombras.<br />
-¡Yevgueniya, descuelga los iconos! ¡Natalia, viste a los niños! -ordenó la abuela<br />
enérgicamente, y con voz firme mientras su marido se lamentaba en voz baja.<br />
Corrí, a la cocina. La ventana que daba al patio relucía como oro claro; sobre el<br />
pavimento se arrastraban y silbaban unas manchas de luz amarillas. Mi tío Jacobo,<br />
que todavía se estaba vistiendo, saltaba sobre ellas como si le quemaran las plantas de<br />
los píes, y exclamaba:<br />
-¡Esto ha sido cosa de Míjailo! ¡Y luego ha huido!<br />
-¡Cállate, perro -exclamó la abuela, y le dio tal golpe que por poco lo hace caer.<br />
A través del hielo de las ventanas se veía cómo ardía el tejado del abierto taller, y<br />
en su interior las llamas aleteaban ferozmente de un lado a otro. Como no hacía<br />
viento, casi no salía humo ninguno y sólo a mucha altura navegaba una ligera nube<br />
plomiza, a través de la cual se veía la Vía Láctea. La nieve tenía un brillo de color de<br />
púrpura y las paredes del edificio temblaban y oscilaban, como si quisieran huir hacia<br />
el abrasado rincón del patio, donde ardía el fuego afanosamente, extendiéndose cada<br />
vez más.<br />
Yo me eché una gruesa pelliza sobre la cabeza, metí los pies en las, primeras botas<br />
que encontré y de esta manera llegué, tropezando, al zaguán y a la escalera de la casa.<br />
<strong>De</strong>slumbrado por el crudo resplandor del fuego, estaba allí como convertido en<br />
piedra, y los gritos de mi abuelo, de Grigorii y de mis tíos, me tenían completamente<br />
atontado. Pero lo que más me espantaba era la conducta de mí abuela, que con un saco<br />
vacío sobre la cabeza y una manta de caballo sobre los hombros, corría hasta meterse<br />
en el mismo fuego, diciendo a voces:<br />
-¡El vitriolo, majaderos! ¡Si estalla!...<br />
-¡Grigorii, sujétala! -exclamó el abuelo-. ¡Dios mío, está perdida!<br />
Pero !a abuela volvía ya a salir del mar de llamas, rodeada por completo de humo,<br />
moviendo la cabeza a un lado y otro y trayendo en las manos extendidas una bombona<br />
de vitríolo, que contendría sus buenos cincuenta litros.<br />
-¡Saca el caballo del establo, padre! -exclamó, tosiendo y resollando-. ¡Quitadme la<br />
manta de los hombros!... ¿No veis que me abraso?é<br />
Grigorii le quitó la manta, que ardía lentamente, y con una pala empezó a echar al<br />
fuego paletadas de nieve por la abierta puerta del taller. Mi tío daba saltos a su<br />
alrededor con un hacha en la mano, en tanto que mi abuelo apedreaba con nieve a la<br />
abrasada anciana. Esta puso la botella con el peligroso líquido sobre un montón de<br />
nieve, se abalanzó a la puerta, la abrió, saludé a los vecinos que acudían y les dijo.<br />
-¡Protegednos sólo la cochera, hijos míos! Sí se quema o se prende fuego el henar,<br />
arderemos todos y también se abrasarán vuestras casas. ¡Echad abajo el tejado y<br />
llevad el heno a la huerta! Pero, ¿qué haces tú, Grigorii? Tira la nieve más alto,<br />
porque en el suelo no sirve de nada. Pronto, Jacobo, dales hachas y azadas a estos<br />
hombres. Ahora hijos míos, poneos a trabajar... ¡Dios nos asistirá!<br />
El contemplarla era para mí tan atractivo como el espectáculo del incendio. Su<br />
negra figura, crudamente iluminada por las llamas, que parecían buscarla, se movía<br />
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