Gorki Máximo - Dias De Infancia.pdf - Biblioteca Revolucionaria
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Librodot Días de <strong>Infancia</strong> <strong>Máximo</strong> <strong>Gorki</strong><br />
Mí abuelo encendió una pajuela, cuya llamita azul iluminó su rostro de garduña<br />
tiznado de hollín; buscó la luz de la mesa, la encendió y se sentó un tanto reacio al<br />
lado de la abuela.<br />
-¡Lávate, hombre! -le dijo ésta, aunque también ella estaba negra de humo y<br />
exhalaba un olor acre.<br />
-Dios Nuestro Señor ha sido muy clemente contigo -dijo mi abuelo suspirando-. Te<br />
ha dado un gran talento.<br />
Le pasó la mano por el hombro, acariciándola, y añadió con sorna:<br />
-Claro que sólo por poco tiempo, un ratito nada más; pero eso ya es algo.<br />
Mí abuela sonrió y quiso contestarle, pero él prosiguió, arrugando el ceño.<br />
-A Gregorii tenemos que despedirlo... Por lo menos, se ha vuelto a descuidar. Ya<br />
se le han acabado las fuerzas. Ahí fuera, en la escalera, está Jacobo llorando, el muy<br />
tonto... Ve y consuélale, madre.<br />
Levantóse la anciana y salió, poniéndose la mano delante de la cara y echándose el<br />
aliento en los dedos.<br />
-¿Qué, has visto el fuego? -me preguntó mi abuelo en voz baja, sin dignarme a<br />
mirarme-. ¿<strong>De</strong>sde el principio? ¿Y has visto también a tu abuela? ¡Es toda una mujer,<br />
la vieja! Ella sola lo ha hecho todo ... ¡y vaya golpes que se ha llevado! Si, sí. ¡Ah,<br />
mal rayo!<br />
Haciéndose un ovillo, estuvo callado largo rato. Luego se levantó, despabiló con<br />
los dedos la carbonizada mecha de la vela de sebo, y me preguntó:<br />
-¿Has tenido miedo?<br />
-No.<br />
-Ni había motivo.<br />
Con violento ademán se apartó la camisa de los hombros, fue al rincón en que<br />
estaba la jofaina y dijo, allá en las tinieblas, golpeando el suelo con los píes:<br />
-Es una tontería el incendiar. Al incendiario deberían darle de latigazos en la plaza<br />
pública, porque es un tonto... o un granuja. Si se procediera así, no habría más<br />
incendios. Ahora, vete a acostar. ¿Qué haces ahí todavía?<br />
Me fui, pero ya no volví a dormirme aquella noche. Apenas me había acostado,<br />
cuando me hizo levantar de nuevo un grito terrible. Corrí otra vez a la cocina y allí; en<br />
el centro, vi a mi abuelo con una luz en la mano; la luz vacilaba y el viejo rascaba con<br />
los pies el pavimento y graznaba sin moverse del sitio:<br />
-¡Madre! ¡Jacobo! ¿Qué es ésto?<br />
Me subí rápidamente al hogar y me escondí en el rincón más lejano, mientras en la<br />
casa empezaba otra vez un correr loco, lo mismo que cuando el incendio. En las<br />
paredes y el techo resonaba un lamento largo y cada vez más fuerte. Mi abuelo y tío<br />
Jacobo, como dementes, corrían de acá para allá y mi abuela gritaba y se lanzaba a<br />
todas partes. Grigorii arrastró pesados leños, que amontonó en el hogar, llenó todas<br />
las ollas de agua y se puso a pasear de un lado a otro por la cocina, sin dejar de mover<br />
la cabeza como un camello de Astracán.<br />
-¡Enciende la leña! -ordenó la abuela.<br />
Grigorii buscó teas en el hogar, pero tropezó con mis pies y exclamó, inquieto:<br />
-¡Quién anda ahí! ¡Menudo susto me has dado! ¡Estás en todas partes donde no<br />
haces falta!<br />
-¿Qué ha pasado? -pregunté yo.<br />
--Que tu tía Natalia ha tenido un niño -me dijo con indiferencia, saltando al suelo.<br />
Yo recordaba que mi madre no había gritado así cuando nació mi hermano.<br />
Grigorii acercó las ollas al fuego y luego se sentó a mi lado en el hogar. Sacó del<br />
bolsillo una pipa de arcilla y me la enseñó.<br />
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