Gorki Máximo - Dias De Infancia.pdf - Biblioteca Revolucionaria
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Librodot Días de <strong>Infancia</strong> <strong>Máximo</strong> <strong>Gorki</strong><br />
trenzas, y hoy las maldigo. Pero duérmete, niño, que todavía es temprano. Acaba de<br />
salir el sol.<br />
-No puedo dormir más.<br />
-Bueno, corno quieras -me dijo, bondadosa, anudando el pelo en una trenza, y,<br />
mirando hacia el sofá donde yacía mi madre boca arriba, exclamó-: Dime una cosa,<br />
¿cómo ha sido que has roto la botella de leche? Pero habla bajito.<br />
Dijo estas palabras cantando de un modo peculiar, y se me quedaron fácilmente<br />
grabadas en la memoria. Eran como flores, tan agradables, tan claras, tan jugosas...<br />
Cuando sonreía, se ensanchaban sus pupilas, oscuras como cerezas, e irradiaba de<br />
ellas un fulgor inefable y agradabilísimo; los blancos y fuertes dientes asomaban,<br />
brillantes, y, a pesar de las muchas arrugas que surcaban la morena piel de sus<br />
mejillas, todo su rostro parecía juvenil y animado. Sólo lo desfiguraba la blanda nariz<br />
de punta rojiza y de ventanillas muy anchas. Mi abuela tomaba rapé de una tabaquera<br />
negra con adornos de plata, y de cuando en cuando sorbía un polvito. Todo su aspecto<br />
tenía algo sombrío; pero de su interior, por los ojos, irradiaba una serenidad<br />
inextinguible, fervorosa y alegre. Era cargada de espaldas, casi jorobada, y a pesar de<br />
todo estaba muy entera; pero se movía con suavidad y con soltura, como una gata<br />
grande, y además, era tan suave como este amable animal. Antes de su llegada, yo<br />
había dormido, por decirlo así, en la sombra; pero su aparición me despertó, me trajo<br />
a la luz, ligó cuanto me rodeaba con un hilo irrompible, y lo trenzó en una telaraña<br />
polícroma; desde el primer momento, me fue cara para toda la vida, y se me adentró<br />
en el corazón como nadie en el mundo; era para mí tan íntima, tan comprensible como<br />
ninguna otra persona. Su altruista amor al mundo me hizo rico, me dio fuerzas y<br />
reciedumbre para la lucha por la vida.<br />
Hace cuarenta años, los vapores iban aún muy despacio; nuestro viaje hasta Nijni<br />
Novgorod duró mucho tiempo, y todavía recuerdo mucho aquellos días, que me<br />
enseñaron a disfrutar de la belleza.<br />
El tiempo se había despejado; desde por la mañana hasta por la noche permanecía<br />
yo con mi abuela sobre cubierta, bajo el cielo transparente, entre las dos orillas del<br />
Volga, doradas por el otoño y como recamadas de seda de colores. Sin prisa, batiendo<br />
perezosa y ruidosamente con las paletas de las ruedas las olas del azul grisáceo, el<br />
vapor, pintado de rojo vivo, con la chalupa al extremo del largo cable de remolque,<br />
remonta la corriente. La chalupa gris parece materialmente una cucaracha gigantesca.<br />
Imperceptiblemente, navega el sol por encima del Volga; de hora en hora, todo<br />
cambia en el paisaje, todo es nuevo; las verdes montañas son como abultadas bolsas<br />
en el suntuoso vestido de la tierra; en las orillas se extienden ciudades y aldeas que, de<br />
lejos, parecen hechas de alajú; en el agua flotan las doradas hojas del otoño.<br />
-¡Mira que hermosura! -dice la abuela a cada paso; va de una borda a otra, y está<br />
radiante toda su cara, cuyos ojos, muy abiertos, parecen como si quisieran aprisionar<br />
los magníficos cuadros del paisaje.<br />
No pocas veces, me olvida del todo, embebida en la admirable vista que ofrecen las<br />
márgenes: cruzadas las manos sobre el pecho, sigue risueña y callada en la borda del<br />
buque, y en sus ojos tiemblan lágrimas. Yo le tiro del oscuro vestido estampado de<br />
flores.<br />
-¿Qué hay? -pregunta, recobrándose-. Estoy materialmente dormida, como si<br />
soñara.<br />
-¿Y por qué lloras?<br />
-<strong>De</strong> alegría, hijo mío, y de vejez -me dice sonriendo-. Porque yo ya soy vieja,<br />
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