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Gorki Máximo - Dias De Infancia.pdf - Biblioteca Revolucionaria

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Librodot Días de <strong>Infancia</strong> <strong>Máximo</strong> <strong>Gorki</strong><br />

cabeza, le acarició las mejillas con sus manos pequeñas y rojas, y exclamó con voz<br />

chillona:<br />

-¡Ah! ¡Ah, tontísima mía! ¡Ya estás aquí!... Ahora, mira... ¡Ah! Me parecéis...<br />

Mi abuela, que daba vueltas como un peón, besaba y abrazaba a todos al mismo<br />

tiempo; a mí me empujó por en medio de toda la gente y dijo presurosa:<br />

-¡Ea, ven pronto! Aquel es el tío Mijailo; aquel otro, el tío Jacobo. Esta es tía<br />

Natalia, y aquellos de allí son sus primos, que se llaman los dos Sacha, y tu primita<br />

Catalina. Ahí tienes a toda nuestra familia.<br />

El abuelo se volvió entonces a ella.<br />

-¿Cómo va, madre, estás buena?<br />

Se besaron tres veces.<br />

Luego, el abuelo me sacó del grupo que me rodeaba, me puso la mano en la cabeza<br />

y me preguntó:<br />

Y tú, ¿quién eres?<br />

-Soy el chico de Astracán del camarote.<br />

-¿Qué dice este? -preguntó el abuelo, volviéndose a mi madre, y, sin esperar su<br />

respuesta, me apartó de s¡ y dijo:<br />

-Ha sacado los pómulos salientes de su padre... ¡Vamos al bote!<br />

Nos dirigimos a la orilla y todos juntos subimos la ancha rampa, empedrada de<br />

grandes guijarros, que se extiende entre las dos altas secciones del talud, cubiertas de<br />

raquítica hierba.<br />

Los viejos iban delante de nosotros. El abuelo era mucho más pequeño que su<br />

mujer y andaba a pasos cortos y vivos a¡ lado de ella, que, como si se cerniera en el<br />

aire, lo miraba desde arriba. <strong>De</strong>trás de ellos iban, en silencio, mis dos tíos: Mijailo,<br />

moreno y de pelo lacio, tan delgado como el abuelo, y Jacobo, el de cabello claro y<br />

crespo; un par de mujeres gordas, con vestidos chillones, y media docena de<br />

chiquillos, todos ellos de más edad que yo y muy pacíficos, seguían a los hombres. Yo<br />

iba con mi abuela y la tía Natalia. Esta era de figura pequeña, pálida, de ojos azules y<br />

de cuerpo grueso; tenía que pararse con frecuencia. Respirando con esfuerzo,<br />

balbucía:<br />

-¡Ay, no puedo más!<br />

-¿Por qué la habéis traído? -refunfuñó enfadada la abuela-. ¡Qué gente tan poco<br />

juiciosa!<br />

A mí no me agradaban ni los mayores ni los niños; me sentía extraño entre ellos, y<br />

hasta la abuela me pareció de pronto hallarse más lejos de mí.<br />

Especialmente me desagradaba mí abuelo; en seguida barrunté en él a un enemigo,<br />

y le dediqué toda mi atención, aparejada con una curiosidad temerosa. Llegamos al<br />

extremo de la rampa. Allí en todo lo alto, apoyado en el lado derecho del talud, como<br />

primer edificio de la calle, se alzaba una casa de una sola planta, revocada de color de<br />

rosa sucio, con tejado blanco y ventanas que sobresalían como ojos saltones. <strong>De</strong>sde la<br />

calle me pareció grande, pero por dentro, en sus pequeños y oscuros aposentos era<br />

estrecha. Por doquiera corrían, como en un vapor que quiere atracar, gentes<br />

atrafagadas; niños que se atropellaban por la casa y el patio, como en un enjambre de<br />

gorriones rateros, y un olor cáustico y para mí desconocido llenaba todas las<br />

habitaciones.<br />

Salí al patio, y tampoco me agradó ni poco ni mucho: por todas partes había<br />

colgados unos trapos grandes y húmedos, se veían cubas de un líquido espeso de<br />

diversos colores, en que estaban sumergidos grandes pedazos de tela. En un rincón<br />

había un anejo bajo y medio derruido, con un horno grande, en el que ardía leña con<br />

viva llama, mientras en una caldera gigantesca una cosa hervía y burbujeaba, y un<br />

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