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Gorki Máximo - Dias De Infancia.pdf - Biblioteca Revolucionaria

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Librodot Días de <strong>Infancia</strong> <strong>Máximo</strong> <strong>Gorki</strong><br />

-Buenos días, señorito. ¡Vaya, responde y no seas cabezudo! ¿Respondes o no?<br />

<strong>De</strong> buena gana le habría dado un golpe con el pie, y si no lo hice fue porque el<br />

menor movimiento me causaba aún violentos dolores. El rojo de su pelo me parecía<br />

aún más encendido que otras veces; su cabeza se movía inquieta de un lado a otro, y<br />

sus ojos verdiclaros parecían buscar en la pared. Sacó del bolsillo una cabra de alajú,<br />

dos bollitos en forma de media luna, una manzana y un racimo de pasas azules, y lo<br />

puso todo sobre la almohada, al lado de mi nariz.<br />

-Mira lo que te he traído.<br />

Se inclinó sobre m¡ y me besó en la frente. Luego empezó a hablar, acariciando mi<br />

cabeza con su mano pequeña y dura, toda teñida de color amarillo, que resaltaba sobre<br />

todo en sus uñas, encorvadas como las de un ave de rapiña.<br />

-El otro día te di demasiado fuerte, hijo mío. Pero es que me mordiste y me<br />

arañaste, y eso me hizo montar en cólera. Pero no importa que hayas llevado de más;<br />

ya te lo descontaremos otra vez. Ten en cuenta, hijito, que quien te pega es quien bien<br />

te quiere; de modo, que no lo tomes como ofensa, sino como lección. <strong>De</strong> un extraño<br />

no lo toleres jamás, pero entre parientes eso no quiere decir nada. ¿Crees, acaso, que a<br />

mí no me han pegado nunca? Te aseguro, hijo mío, que me han pegado tanto que no<br />

puedes ni soñarlo. Tanto, tanto, que hasta el mismo Dios lloraba de verlo. Y ya ves<br />

adonde he llegado. Yo era un pobrecito huérfano, hijo de una mendiga, y sin embargo,<br />

me he abierto camino y hoy soy maestro principal de un gremio y tengo tantos más<br />

cuantos oficiales a mis órdenes.<br />

Arrimó al mío su cuerpo flaco y bien formado. y empezó a hablarme de los días de<br />

su niñez. Sus palabras eran graves y enjundiosas, pero él las ensartaba con facundia y<br />

ligereza.<br />

Sus ojos verdes llameaban con vivos reflejos, el dorado cabello se le espeluznaba<br />

grotescamente en la cabeza, y la voz, de ordinario alta y estridente, sonaba, apagada<br />

de intento, junto a mi cara:<br />

-Tú llegaste embarcado en un vapor que te trajo hasta aquí: pero en mi tiempo era<br />

aún menester sirgar corriente arriba los buques del Volga, y yo con otros tenía que<br />

tirar de ellos con toda mi alma. El buque flotaba en el agua y yo anda que anda por la<br />

orilla, descalzo, pisando piedras, tirando desde la mañana hasta la noche; el sol me<br />

tostaba la espalda y el cráneo me hervía como una olla, y tira que tira, con el cuerpo<br />

encorvado y sintiendo que me crujían los huesos, con los ojos nublados, que no me<br />

dejaban ver e¡ camino, y mi alma lloraba y se anegaba en llanto ... ¡Ay, Aliocha! ¡Qué<br />

recuerdos aquéllos! Andar y andar, hasta que se cae uno del cinturón de sirgar y da de<br />

bruces en tierray al fin y al cabo, se alegra uno, pues cuando las fuerzas están del todo<br />

agotadas, por lo menos tiene uno descanso, tal vez para siempre. As¡ vivíamos, hijo<br />

mío; bien lo sabe Nuestro Señor y Salvador Jesucristo el Misericordioso.<br />

Tres veces recorrí así nuestro padre el Volga, desde Simbirsk hasta Rybinsk, desde<br />

Saratov hasta aquí y desde Astracán hasta Makariyev, a la feria; y te aseguro que son<br />

miles de verstas. Al cuarto año fui ya de capataz, porque demostré al amo del buque<br />

que tenía algo dentro de la cabeza.<br />

Mientras así hablaba iba formándose visiblemente ante mis ojos como una nube, y<br />

el hombrecillo pequeñín y enjuto se transformaba en un verdadero gigante de cuento,<br />

en un hombre que sirgaba él solo corriente arriba el enorme y grisáceo buque de<br />

carga.<br />

A veces se levantaba del borde de la cama y me enseñaba, manoteando, cómo se<br />

ponían el cinturón de sirgar, los burlacos, los criados de las barcas, o cómo achicaban<br />

el agua; cantaba con voz de bajo cualquier canción, se volvía a subir de un salto al<br />

borde de la cama con ímpetu juvenil y proseguía, con asombrosa energía y vitalidad:<br />

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