Gorki Máximo - Dias De Infancia.pdf - Biblioteca Revolucionaria
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Librodot Días de <strong>Infancia</strong> <strong>Máximo</strong> <strong>Gorki</strong><br />
"Ahora ya no necesitas pedir limos<br />
na, mamaíta, porque yo sola te mantendré". Y a esto me decía ella: "Bueno, hija mía;<br />
pero ten en cuenta que lo que ganes será tu dote". No tardó en presentarse tu abuelo,<br />
que era entonces un real mozo, de veintidós años nada más, y ya capataz de los<br />
sirgadores del Volga. Su madre me había echado el ojo, porque veía que yo era<br />
laboriosa, y como era hija de gente pobre pensó que sería una esposa obediente l<br />
para su hijo. Tenía una repostería y era muy mala ... Pero no debemos echar en cara la<br />
maldad a las personas, porque Dios ya ve que son malas y, sin duda, no las inspira<br />
Dios, sino el diablo.<br />
Y prorrumpía en una risa cordial; su nariz temblaba de un modo muy cómico y sus<br />
perspicaces y claros ojos, que me miraban acariciándome, me decían más, mucho<br />
más, que todas sus palabras.<br />
Recuerdo ahora una noche tranquila en que mi abuela y yo tomábamos el té en el<br />
cuarto del abuelo; éste, que se encontraba enfermo, estaba sentado en la cama, sin<br />
camisa y con un pañuelo grande echado sobre los hombros, con el cual se secaba cada<br />
dos minutos el abundante sudor y respiraba rápidamente y estertorando. Sus ojos,<br />
verdes, estaban turbios; tenía la cara hinchada y roja; las pequeñas y puntiagudas<br />
orejas le echaban fuego. La mano con que sujetaba la taza de té temblaba<br />
violentamente, y su humor era suave y apacible, no áspero, como de costumbre.<br />
-¿Por qué no me das azúcar? -preguntaba a mi abuela, poniendo hocicos como un<br />
niño mal criado.<br />
-Toma el té con miel, que es más sano para ti -respondía la abuela con afabilidad,<br />
pero resueltamente.<br />
El, gimiendo y graznando, sorbía vivamente el té, que abrasaba, y decía:<br />
-¡Cuida de que no me muera!<br />
-No te apures, que tendré los ojos bien abiertos.<br />
-Sí, sí. Si yo me muriera ahora, seria como si no hubiera vivido. Todo se perdería.<br />
-No hables tanto; estate quietecito.<br />
Permaneció un momento inmóvil con los ojos cerrados, sobándose la fina barba y<br />
chasgueando los oscuros labios; pero, súbitamente, prosiguió, como si le hubieran<br />
pinchado y como si hablara consigo mismo:<br />
-Ex preciso que Yaska y Miska se vuelvan a casar cuanto antes. Acaso sienten<br />
cabeza con las nuevas mujeres y los nuevos chicos. ¿Qué te parece a ti?<br />
Y se puso a contar las muchachas de la ciudad en que cabía pensar como nueras. La<br />
abuela callaba y tomaba una taza de té tras otra. Yo estaba en la ventana y veía cómo<br />
los arreboles de la tarde se expandían por el cielo y encendían los cristales de las<br />
ventanas de las casas de enfrente. Había cometido no sé qué fechoría y mi abuelo me<br />
habla prohibido que bajara al patio y al jardín.<br />
En éste revoloteaban los abejorros, zumbando alrededor de los tilos; un tonelero<br />
manejaba el martillo en el cuarto de al lado, y, en las proximidades, un afilador daba<br />
vueltas a la piedra; detrás del jardín, en el barranco, alborotaban los niños jugando al<br />
escondite en la tupida maleza. Aquello me atraía con una fuerza irresistible, y la<br />
nostalgia del atardecer invadía mi corazón.<br />
<strong>De</strong> pronto, el abuelo sacó, no sé de dónde, un libro nuevecito, le dio un golpe con la<br />
palma de la mano y me dijo jovialmente:<br />
-¡Ea, condenado mozuelo, ven acá! ¡Siéntate aquí, cara de calmuco! ¿Ves esta<br />
figura? Se llama "a". Di tú: a, b, c; ¿qué letra es ésta?<br />
-¿Esa? una "b".<br />
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