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Gorki Máximo - Dias De Infancia.pdf - Biblioteca Revolucionaria

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Librodot Días de <strong>Infancia</strong> <strong>Máximo</strong> <strong>Gorki</strong><br />

muerto! -se interrumpió mi abuelo con aspereza y mala intención.<br />

Sus palabras me hirieron, y él lo observó muy bien.<br />

-¿Por qué haces eso con los labios? ¡Espera y verás! -me dijo. Luego se pasó la<br />

mano por el rojizo y plateado pelo y prosiguió-: El sábado voy a zurrar a Saska, y entonces,<br />

verás.<br />

Los otros se rieron, pero yo me eché a un lado y medité sus palabras.<br />

En el taller había oído ya la palabra "zurra", pero el abuelo parecía haberla<br />

empleado en otro sentido; seguramente no significaba nada bueno en sus labios, y lo<br />

más probable era que valiera tanto como apalear o pegar. Yo ya había visto pega¡ a<br />

los caballos, los perros y los gatos, y en Astracán los policías pegaban también a los<br />

persas. Pero no habia visto nunca que se pegara de ese modo a los niños, y cuando mis<br />

dos tíos daban a menudo a sus hijos una morrada o un pescozón, ellos se quedaban tan<br />

indiferentes, y, a lo sumo, se frotaban con la mano el sitio del golpe. Yo solía<br />

preguntarles: "¿Os duele?", y ellos me respondían siempre, muy valerosos: "¡Nada, ni<br />

pizca!"<br />

Si a Saska iban a pegarle, seria probablemente por el incidente del dedal, que había<br />

ocurrido poco antes. Por la noche, en el intervalo entre el té y la cena, solían mis tíos y<br />

el capataz coser los objetos teñidos que antes del tinte se hablan descosido, y ponerles<br />

etiquetas. Un día, se le ocurrió al tío Mijailo, para gastar una broma a Grigorii, el<br />

capataz, que estaba medio ciego, mandar a Saska, un sobrino suyo de nueve años, que<br />

calentara su dedal en la llama de una vela. Saska cogió el dedal con las<br />

despabiladeras, lo puso a la llama hasta que estuvo al rojo, lo dejó en la mesa de<br />

Grigorii, y se escondió detrás del hogar. En esto, llegó casualmente el abuelo para<br />

ayudar a coser, y metió el dedo en el dedal al rojo. Se armó un alboroto de todos los<br />

diablos, que hasta a mí me hizo acudir a la cocina; y vi cómo el abuelo, agarrándose<br />

una oreja con los dedos abrasados, daba unos saltos enormemente cómicos y no<br />

dejaba de chillar:<br />

-¿Quién ha sido, hatajo de herejes?<br />

El tío Mijailo, doblado sobre la mesa, hacía bailar el dedal con los dedos como una<br />

peonza y soplaba para enfriarlo. El capataz cosía lo más de prisa que podía, y en su<br />

enorme calva bailaban las sombras. El tío Jacobo, que también había acudido, al oír el<br />

alboroto, se reía para su capote, escondido en el rincón del hogar, y la abuela<br />

desmenuzaba en el rallo una patata cruda.<br />

-¡Ha sido Saska, el de Jacobo! -exclamó súbitamente el tío Mijailo.<br />

-¡No mientas! -exclamó Jacobo, saliendo de detrás del hogar y encarándose con su<br />

hermano.<br />

En el rincón se oyó la voz llorosa de su hijo:<br />

-Fue él quien me dijo que lo hiciera, papá.<br />

Mis dos tíos empezaron a cubrirse de improperios. El abuelo, que se había<br />

tranquilizado de pronto, se aplicó la patata rallada a los abrasados dedos, me cogió de<br />

la mano y se alejó en silencio.<br />

Largo y tendido se habló del suceso de aquella noche, y todos designaron al tío<br />

Mijailo como culpable. Yo pregunté al abuelo si también "zurraría" al tío Mijailo.<br />

-La verdad es que debiera hacerlo -refunfuñó él, mirándome atentamente de<br />

soslayo.<br />

El tío Mijailo, que habla oído mis palabras, dio con furia un puñetazo en la mesa, y<br />

gritó a mi madre:<br />

-¡Bárbara, si tu crío no se calla, le voy a romper la crisma!<br />

-¡Atrévete a tocar al chico! -dijo mi madre, en un tono que hizo callar a su<br />

hermano.<br />

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