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Gorki Máximo - Dias De Infancia.pdf - Biblioteca Revolucionaria

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Librodot Días de <strong>Infancia</strong> <strong>Máximo</strong> <strong>Gorki</strong><br />

puntillas, como había venido.<br />

Me tumbé en la cama y tendí la vista por el aposento. Por la ventana atisbaban,<br />

muy pegadas a los cristales, unas caras grises, peludas y ciegas; en el rincón, sobre el<br />

arca, colgaba el vestido de la abuela. Yo sabía muy bien que no era más que un<br />

vestido, pero me parecía como si estuviera escondido en él algún ser vivo y me<br />

acechara. Me tapé la cabeza con los cobertores y miré hacia la puerta con un solo ojo;<br />

de buena gana habría saltado de la cama y empezado a correr. Hacía calor y un olor<br />

pesado y fuerte me quitaba la respiración; me recordaba al moribundo Vania y la<br />

sangre que había visto correr por el suelo. En mi cabeza o en mi corazón parecía<br />

crecer algo así como un tumor; todo lo que había visto en aquella casa rodaba sobre<br />

mi alma, destrozándola y aniquilándola.<br />

La puerta se abrió muy despacio y en el cuarto se deslizó mi abuela, que la cerró<br />

con el hombro, se recostó en ella, extendió las manos hacia la llamita azul de la<br />

lámpara votiva y dijo en voz baja, con quejumbrosa voz infantil:<br />

-¡Mis manos!... ¡Cómo me duelen mis pobrecitas manos!<br />

Capitulo V<br />

Sobre la casa había caído una nueva pesadilla agobiadora. Una tarde, después del<br />

té, mientras estaba yo con mi abuelo inclinado sobre el salterio y ella empezaba a<br />

fregar la vajilla, se precipitó en el cuarto mi tío Jacobo, desgreñado como siempre y<br />

semejante a una escoba de desecho. Sin saludar, tiró su gorra a un rincón y,<br />

manoteando y sacudiéndose, empezó a hablar apresurado:<br />

-Padrecito, Miska está otra vez haciendo de las suyas. Ha comido conmigo al<br />

mediodía, se ha emborrachado, y ha hecho las mayores tonterías. Ha roto la vajilla, ha<br />

hecho jirones un traje de lana que habían enviado para teñirlo, ha derribado una<br />

ventana y nos ha insultado como un loco a mí y a Grigorii. Y ahora viene aquí<br />

amenazando: "¡Voy a arrancarle las barbas al viejo! ¡Voy a matarlo!". Esté usted<br />

prevenido.<br />

Apoyando las manos en la mesa, mi abuelo se levantó lentamente. Su cara, llena de<br />

arrugas, se afilaba hacia la nariz y se adelgazaba hasta parecer un hacha.<br />

-¿Madre? -gritó-. ¿Qué te parece esto, eh? ¡Quiere matar a su propio padre! ¡Vaya<br />

un hijo! ¡Si, sí, os estorba, os estorba el viejo, hijitos míos!<br />

Encogiéndose de hombros, atravesó el cuarto hacia la puerta, echó el pesado<br />

cerrojo y dijo a Jacobo:<br />

-Conque seguís pensando en comeros la dote de Bárbara, ¿eh? Mirad, esto os<br />

comeréis.<br />

Y burlonamente le puso el puño debajo de la nariz, haciéndole una higa.<br />

-¿Y yo qué tengo que ver con eso? -contestó ofendido el tío Jacobo.<br />

-¿Tú? ¡Oh, a ti ya te conozco yo!<br />

La abuela callaba y colocaba presurosa las tazas en la alacena.<br />

-¡Sí yo he venido a defenderle a usted!<br />

-¡Miren qué bonito! -exclamó mi abuelo con sarcasmo-. ¡Es precioso! ¡Gracias,<br />

hijo mío! Dale a este zorro cualquier cosa, madre; por lo menos, un gancho de la lumbre<br />

o una plancha, y cuando venga tu hermano, Jacobo Vasilich, me das a mí con ella<br />

en la cabeza.<br />

Mi tío se metió las manos en los bolsillos y, refunfuñando, se fue a un rincón.<br />

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