Gorki Máximo - Dias De Infancia.pdf - Biblioteca Revolucionaria
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Librodot Días de <strong>Infancia</strong> <strong>Máximo</strong> <strong>Gorki</strong><br />
arrancaron un par de vigas y destrozaron la puerta y la ventana.<br />
Mi abuelo estaba muy sombrío asomado a la suya, oyendo cómo aquellos bárbaros<br />
destrozaban su propiedad. La abuela corría por el patio, pero no se la veía, y sólo se<br />
oía su voz llorosa:<br />
-¡Mischa! Pero, ¿qué haces, Mischa?<br />
Por toda respuesta, sonaron en el huerto unas groseras expresiones insultantes,<br />
auténticamente "rusas", cuyo sentido era un arcano tanto para el poder de<br />
comprensión como para el sentimiento de los perversos mozos que las proferían.<br />
Me asaltaba el miedo cuando estaba en la habitación solo, sin mi abuela, durante<br />
aquellas escenas. Como no podía correr detrás de ella, me refugiaba en la alcoba de<br />
mi abuelo, el cual me recibía con un áspero "¡Largo de aquí!". Corría a la buhardilla,<br />
y por la mirilla atisbaba la oscuridad de¡ huerto y del patio. Lleno de miedo, seguía<br />
con los ojos a mi abuela; temía que la mataran, y chillaba y gritaba; pero ella no me<br />
oía. En cambio, oía mi voz el borracho de mi tío Mijailo, Y como respuesta llegaban a<br />
mi oído los brutales insultos a mi madre.<br />
Una de aquellas noches el abuelo, enfermo en su cama, movió a un lado y a otro,<br />
sobre la almohada, la cabeza envuelta en un pañuelo, y se lamentó refunfuñando:<br />
-¡Y para esto hemos vivido, pecado y ahorrado! ... Si no fuera por pudor, ya hace<br />
mucho tiempo que habría ido a avisar a la Policía. Pero se avergüenza uno. ¿Qué<br />
padre entrega a sus hijos a la Policía? ¿Qué le queda a uno más que dejar que las<br />
cosas sigan su curso?<br />
Súbitamente echó las piernas fuera de la cama y se acercó a la ventana, vacilando.<br />
Mi abuela le sujetó por debajo de los brazos y le preguntó:<br />
-¿Adónde vas, adónde vas?<br />
-¡Enciende luz! -exclamó mi abuelo, respirando trabajosa y ruidosamente.<br />
Y cuando mi abuela hubo encendido la vela, cogió la palmatoria en la mano, como<br />
un soldado el fusil, y gritó en tono burlón por la ventana:<br />
-¡Eh, Miska, ratero nocturno, perro sarnoso, perro rabioso!<br />
En el mismo instante, el cristal del marco superior de la ventana se hizo añicos y<br />
sobre la mesa, al lado de la abuela, cayó medio ladrillo.<br />
-¡No me ha dado! -exclamó el abuelo con un aullido que no permitía saber si<br />
lloraba o reía.<br />
La abuela le cogió del brazo, como solía hacer conmigo, le llevó a la cama y, llena<br />
de miedo, trató de calmarlo:<br />
-Pero ¿qué se te ocurre, hombre de Dios? Si te hace algo, lo mandarán de fijo a<br />
Siberia. Cuando le da la furia es capaz de todo.<br />
Mi abuelo perneaba, y de su garganta salió un sollozo seco y ronco.<br />
-¡Déjalo que me mate!<br />
Fuera se sintieron gritos y pisadas, un golpe y arañazos en la pared.<br />
Cogí el ladrillo de la mesa y corrí a la ventana. La abuela me agarró en seguida por<br />
los pelos, me arrojó a un rincón y exclamó:<br />
-¡Ah, bribón, condenado!<br />
En otra ocasión mi tío, armado de un grueso garrote, trató de penetrar desde el<br />
patio en el zaguán de la casa; se plantó en los escalones de la escalera posterior y<br />
empezó a dar unos porrazos terribles en la puerta. Pero detrás de ésta se hallaba mi<br />
abuelo, también con un garrote en la mano, y además dos inquilinos que blandían<br />
sendas porras; y la mujer del tabernero, que era fuerte y recia, empuñaba un palo. Mi<br />
abuela corría detrás de ella de un lado para otro, y rogaba con voz llorosa:<br />
-<strong>De</strong>jádmelo a mí. <strong>De</strong>jadme que hable con él dos palabras nada más.<br />
Mi abuelo estaba con una pierna adelantada, como el hombre del venablo en el<br />
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