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Salvatore, R A – El Elfo Oscuro 2

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—Ya hablaremos, Drizzt Do'Urden —lo interrumpió Belwar. Después se dirigió<br />

a los guardias, en el idioma de los svirfneblis que Drizzt no comprendía—. Si habéis<br />

acabado con vuestra misión, podéis iros.<br />

—Estamos a vuestras órdenes, muy honorable capataz —contestó uno de los<br />

soldados. Drizzt observó el leve temblor de Belwar al escuchar el tratamiento—. <strong>El</strong> rey<br />

nos ha enviado como escolta y también de guardias. Debemos permanecer a vuestro<br />

lado hasta que se conozcan las verdaderas intenciones de este drow.<br />

—¡Entonces, marchaos! —exclamó Belwar, colérico. Miró a los ojos de Drizzt<br />

mientras acababa la frase—. Sé cuáles son las intenciones de este elfo oscuro. No corro<br />

ningún peligro.<br />

—Con vuestro perdón, muy honora...<br />

—Puedes irte —lo cortó Belwar con brusquedad al ver que el soldado quería<br />

seguir la discusión—. Vete. He hablado en su favor. Está a mi cuidado y no le tengo<br />

ningún miedo.<br />

Los guardias hicieron una reverencia y se alejaron sin prisa. Belwar acompañó a<br />

Drizzt al interior de la casa y, en cuanto cruzaron la puerta, se volvió para señalarle los<br />

dos guardias que se habían apostado en las casas vecinas.<br />

—Se preocupan demasiado por mi salud —manifestó desabrido en lengua drow.<br />

—Tendrías que estar agradecido por tanto interés —dijo Drizzt.<br />

—¡No soy un desagradecido! —respondió Belwar, enojado.<br />

Drizzt descubrió la verdad oculta detrás de la respuesta. Belwar no era un<br />

desagradecido, sino que no se creía merecedor de tantas atenciones. <strong>El</strong> joven no hizo<br />

ningún comentario para no avergonzar aún más al orgulloso svirfnebli.<br />

<strong>El</strong> mobiliario de la casa de Belwar era escaso; una mesa de piedra y un taburete,<br />

varios estantes con potes y jarras, y un fogón con una parrilla de hierro. Más allá de la<br />

rústica entrada había otro cuarto que servía de dormitorio, provisto únicamente con una<br />

hamaca colgada de pared a pared. Había otra hamaca enrollada en el suelo, destinada a<br />

Drizzt, y una chaqueta de cuero con anillas de mithril colgada en la pared del fondo,<br />

donde se amontonaban unas cuantas bolsas y mochilas.<br />

—La colgaremos en esta habitación —dijo Belwar, señalando con la manomartillo<br />

la segunda hamaca.<br />

Drizzt quiso ir a recogerla, pero Belwar lo detuvo con la mano-pica y lo hizo dar<br />

media vuelta.<br />

—Más tarde —explicó el enano—. Primero debes decirme por qué has venido.<br />

—Belwar observó las astrosas prendas y el rostro, sucio y arañado, de Drizzt. Resultaba<br />

obvio que el drow llevaba algún tiempo en las profundidades de la Antípoda Oscura—.<br />

Y también quiero que me digas de dónde vienes.<br />

—He venido porque no tenía ningún otro lugar adonde ir —respondió con toda<br />

franqueza mientras se sentaba en el suelo con la espalda apoyada en la pared.<br />

—¿Cuánto tiempo llevas fuera de tu ciudad, Drizzt Do'Urden? —preguntó<br />

Belwar suavemente.<br />

Incluso en los tonos graves, la voz del enano resonaba con la claridad de una<br />

campana. Drizzt se maravilló ante la variedad de tonos de la voz y de cómo podía<br />

transmitir compasión o inspirar temor sólo con un sutil cambio de volumen.<br />

Drizzt encogió los hombros y echó la cabeza hacia atrás de forma tal que podía<br />

contemplar el techo. Su mente buscaba un camino hacia el pasado.<br />

—Años. He perdido la cuenta. —Miró al svirfnebli—. <strong>El</strong> tiempo no significa<br />

mucho en los túneles de la Antípoda Oscura.<br />

Por la apariencia de Drizzt, Belwar no podía dudar de la veracidad de la<br />

respuesta, aunque de todas maneras lo sorprendió. Caminó hasta la mesa y tomó asiento<br />

en el taburete. Belwar había visto combatir a Drizzt, lo había visto derrotar a un<br />

elemental terrestre, ¡toda una proeza! Pero si Drizzt decía la verdad, si había

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