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PABLO.— Y tú, Simón, ¿qué le regalarás a Nuestro Señor?<br />
SIMÓN.— Por hoy no le regalo nada porque me ha cogido desprevenido, pero he<br />
compuesto una canción para enumerarle todos los regalos que le haré más ad<strong>el</strong>ante. Mi<br />
dulce Jesús en vuestra fiesta ...<br />
LA MUCHEDUMBRE.— ¡Ay! ¡Ay!<br />
PRIMER ANCIANO.— Silencio! Entremos en orden y con <strong>el</strong> sombrero en la mano. Si <strong>el</strong><br />
viento y la carrera han desaliñado vuestros vestidos, ajustároslos.<br />
Entran uno detrás de otro.<br />
BARIONÁ.— Sara está ahí, con todos. Está pálida ... Mientras esta larga marcha no la haya<br />
agotado. Sus pies sangran. ¡Ah! ¡ Qué f<strong>el</strong>icidad respira! Tras esos ojos luminosos no<br />
queda ni <strong>el</strong> más pequeño recuerdo de mí. (LA MUCHEDUMBRE termina de entrar en <strong>el</strong><br />
establo) ¿Qué hacen? No se oye ni un ruido, pero este silencio no es como <strong>el</strong> de nuestras<br />
montañas, como <strong>el</strong> silencio h<strong>el</strong>ado y vacío que reina entre las moles de granito. Es un<br />
silencio más denso que <strong>el</strong> de un bosque. Un silencio que se <strong>el</strong>eva hacia <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o y que<br />
acaricia las estr<strong>el</strong>las como un inmenso árbol con la copa mecida por <strong>el</strong> viento. ¿Estarán<br />
arrodillados? ¡Ah, si pudiera estar entre <strong>el</strong>los sin que me vieran! Porque,<br />
verdaderamente, <strong>el</strong> espectáculo no debe ser nada corriente; todos esos hombres, duros<br />
y austeros, resistentes al dolor y a la ambición, arrodillados d<strong>el</strong>ante de un niño que<br />
gime. El <strong>hijo</strong> de Shalam, que le dejó a los quince años por haber recibido demasiados<br />
mamporros, se hartaría de reír al ver a su padre adorar a un niño de teta. ¿Será esto <strong>el</strong><br />
reino de los <strong>hijo</strong>s sobre los padres? (Silencio) Ahí están, ingenuos y f<strong>el</strong>ices, en <strong>el</strong> establo<br />
tibio después de su gran caminata bajo <strong>el</strong> frío. Han juntado sus manos y piensan: algo<br />
acaba de comenzar. Y se equivocan, por supuesto. Han caído en una trampa y lo<br />
pagarán caro más tarde; pero, incluso así, siempre les quedará este minuto; tienen suerte<br />
de poder creer en un nuevo comienzo. ¿Hay algo más conmovedor para <strong>el</strong> corazón de<br />
un hombre que <strong>el</strong> comienzo de un mundo, que la incipiente juventud, que <strong>el</strong> comienzo<br />
de un amor, cuando todo es todavía posible, cuando <strong>el</strong> sol, antes d<strong>el</strong> amanecer, flota en<br />
<strong>el</strong> aire y en las caras como un fino polvo y cuando se presienten en la frescura agria de<br />
la mañana las torpes promesas de un nuevo día?<br />
En este establo se levanta una nueva mañana... En este establo ya ha amanecido. Y<br />
aquí, fuera, es de noche. Noche en los caminos, noche en mi corazón. Una noche sin<br />
estr<strong>el</strong>las, profunda y tumultuosa como <strong>el</strong> alta mar. ¡Ay!, la noche me zarandea con sus<br />
olas como a un ton<strong>el</strong> y <strong>el</strong> establo, detrás de mí, luminoso y cerrado, navega como <strong>el</strong><br />
Arca de Noé a través de la noche encerrando en él la mañana d<strong>el</strong> mundo. Su primera<br />
mañana. Porque <strong>el</strong> mundo nunca había tenido una mañana. Había huido de las manos<br />
de su indignado creador y caía en un horno ardiente, en la oscuridad. y las inmensas<br />
lenguas ardientes de esa noche sin esperanza pasaban sobre él, cubriéndole de ampollas<br />
y regalándole escorpiones y tarántulas. Y yo, yo, habito en la inmensa noche terrestre,<br />
en la noche tropical d<strong>el</strong> odio y la desgracia. Pero —¡oh poder engañoso de la fe!—para<br />
mis hombres, millones de años después de la creación, en este establo, se levanta, con<br />
la tenue claridad de un pábilo, la primera mañana d<strong>el</strong> mundo.<br />
LA MUCHEDUMBRE canta un villancico.<br />
Cantan como peregrinos que se han puesto en camino durante la fresca noche con la<br />
calabaza, las sandalias, <strong>el</strong> bordón, y que ven aparecer a lo lejos la primera palidez