Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
SÉPTIMO CUADRO<br />
Escena 1<br />
JEREVHÁ.— No podrán huir. Las tropas vienen por <strong>el</strong> sur y por <strong>el</strong> norte, y como una<br />
prensa estrujarán B<strong>el</strong>én.<br />
PABLO.— Podríamos sugerir a José que subiera por nuestras montañas. Allí arriba<br />
estarían a salvo.<br />
CAIFÁS.— Imposible. El camino de las montañas sale d<strong>el</strong> principal a más de siete leguas<br />
de aquí. Las tropas que vienen de Jerusalén llegarán allí antes que nosotros.<br />
PABLO.— Entonces ... a menos que ocurra un milagro...<br />
CAIFÁS.— No habrá milagro: <strong>el</strong> Mesías es todavía demasiado pequeño. Aún no es capaz<br />
de comprender. Sonreirá al hombre pertrechado con una coraza que se incline sobre su<br />
cuna para atravesarle <strong>el</strong> corazón.<br />
SHALAM.— Entrarán en todas las casas, agarrarán a los recién nacidos por los pies y<br />
harán estallar su cabeza contra las paredes.<br />
UN JUDÍO.— ¡Sangre y más sangre! iAy!<br />
LA MUCHEDUMBRE.— ¡Ay!<br />
SARA.— ¡Mi niño, Dios mío, mi pequeño! Tú, a quien amé como si fuese tu madre y a<br />
quien adoré como tu esclava. Tú, al que hubiera querido dar a luz con dolor, ¡oh Dios,<br />
que te has hecho mi <strong>hijo</strong>!, ¡oh <strong>hijo</strong> de todas las mujeres! Eras mío, mío, me pertenecías<br />
todavía más que esta flor de carne que eclosiona dentro de mi carne. Eras mi niño y <strong>el</strong><br />
destino de este <strong>hijo</strong> que duerme en <strong>el</strong> fondo de mi, y mira, se han puesto en marcha<br />
para matarte. Porque son siempre los machos los que desgarran y hacen sufrir a<br />
nuestros pequeños a merced de sus apetencias. ¡Oh Dios y Padre, Señor que me ves!,<br />
María está en <strong>el</strong> establo, todavía f<strong>el</strong>iz y llena de bendiciones, pero no puede pedirte que<br />
salves a su <strong>hijo</strong> porque aún no sospecha nada. Y las madres de B<strong>el</strong>én también están<br />
f<strong>el</strong>ices y en sus casas, bien calientes, sonríen a sus <strong>hijo</strong>s pequeños ignorantes d<strong>el</strong> p<strong>el</strong>igro<br />
que avanza hacia <strong>el</strong>las. Pero a mi, a mi que estoy sola en <strong>el</strong> camino y que no tengo<br />
todavía a mi <strong>hijo</strong>, mírame, ya que me has escogido en este instante para padecer la<br />
agonía de todas las madres. ¡Oh, Señor!, sufro y me desgarro como un gusano sajado.<br />
Mi angustia es enorme, semejante al océano. Señor, yo soy todas las madres y te digo:<br />
tómame, 1Ortúrame, reviéntame los ojos, arráncame las uñas, pero, ¡sálvale! Salva al<br />
Rey de Judea, salva a tu <strong>hijo</strong> y salva también a nuestros pequeños.<br />
Silencio.<br />
CAIFÁS.— ¡Vámonos! Tenías razón, <strong>Barioná</strong>. Todo ha salido y sigue saliendo<br />
rematadamente mal. Apenas se percibe una débil llama, los poderosos de la tierra la<br />
soplan para apagarla.<br />
SHALAM.— Entonces, ¿no era verdad que los naranjos iban a crecer en la cima de las<br />
montañas y que no tendríamos que trabajar y que yo iba a rejuvenecer?