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CULTURA Y PODER EL ARTE EN LA VIDA POLÍTICA - Instituto ...

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FOLIOS<br />

61<br />

<strong>LA</strong> M<strong>EL</strong>ANCOLÍA DE ZIDANE<br />

ZIDANE MIRABA <strong>EL</strong> CI<strong>EL</strong>O DE BERLÍN CON <strong>LA</strong> M<strong>EN</strong>TE <strong>EN</strong> B<strong>LA</strong>NCO, un cielo blanco matizado<br />

por nubes grises de reflejos azulados, uno de esos cielos ventosos,<br />

inmensos y cambiantes de pintura flamenca; Zidane mira el cielo de Berlín<br />

sobre el Estadio Olímpico, la tarde del nueve de julio de dos mil seis,<br />

y experimentaba con punzante intensidad el sentimiento de estar ahí,<br />

simplemente ahí, en el Estadio Olímpico de Berlín, la noche en que se<br />

jugaba la final de la Copa Mundial de Futbol.<br />

SIN DUDA, <strong>LA</strong> NOCHE DE <strong>LA</strong> FINAL SE EXPLICA por la forma y la melancolía.<br />

Desde el principio fue evidente la forma en estado puro: ese penalti<br />

transformado en el séptimo minuto, una Panenka indolente que tocó el<br />

larguero para atravesar la línea y salirse de la portería, una verdadera<br />

trayectoria de billar que desde entonces coqueteaba con el legendario<br />

tiro de Geoff Hurst en Wembley del 66. Pero ese disparo era tan sólo una<br />

cita, un involuntario homenaje a un episodio legendario de la Copa del<br />

Mundo. El verdadero gesto de Zidane la noche de esa final –un gesto súbito<br />

como un derrame de bilis negra durante esa noche solitaria– ocurriría<br />

más tarde y haría olvidar todo: el fin del partido y los tiempos extras,<br />

los penaltis y cuál fue el vencedor; un gesto decisivo, brutal, prosaico<br />

y novelesco: un instante de ambigüedad perfecta bajo el cielo de Berlín<br />

(unos vertiginosos segundo de ambivalencia), durante el cual oscuridad y<br />

belleza, violencia y pasión, entraron en contacto y provocaron el cortocircuito<br />

de un gesto inédito.<br />

<strong>EL</strong> CABEZAZO DE ZIDANE TUVO la espontaneidad y la delicadeza de un gesto<br />

de caligrafía. Si sólo bastó un puñado de segundos para llevarlo a cabo,<br />

el gesto no pudo acaecer sino al final de un lento proceso de maduración,<br />

de una larga génesis invisible y secreta. El gesto de Zidane ignora<br />

las categorías estéticas de lo bello y lo sublime, se sitúa más allá de las<br />

categorías morales del bien y del mal; su valor, su fuerza y su sustancia<br />

radican en la originalidad con la que se adecuan de manera irreductible<br />

al instante preciso del tiempo en el que ocurrió. Dos vastas corrientes<br />

subterráneas tuvieron que traerlo desde muy lejos: la primera, de fondo,<br />

amplia, silenciosa, poderosa, inexorable, que emerge a la vez de la<br />

melancolía pura que de la percepción dolorosa del paso del tiempo, y<br />

se encuentra ligada a la tristeza del fin anunciado, a la amargura del<br />

jugador que disputa el último partido de su carrera y no desea<br />

terminar. Acostumbrado a las salidas falsas (contra Grecia) o<br />

a las salidas fallidas (contra Corea del Sur), Zidane jamás

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