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99 señoras, cubiertas de joyas, nias que con un simple vestido de linón y una flor en tus cabellos... ¡Cuánto me alegraría de verte allí desde mi rinconl Eso me recordaría los tiempos de mis verdes años. También yo estaba bellísima con vestido blanco y mi cucarda tricolor en el pelo cuando asistí al baile que la municipalidad dio al jeneral Carteaux liará unos cuarentas años... Pero perdóname, hija mía... yo estoy soñando siempre con mis fiestas republicanas, y debes hacerme callar, pues ahora no es oportuno hablar de eso. —Ay, abuela! ¡abuclita mia! ¡cuánto os quiero! csclamaba entonces Felicia cou aire jovial y enternecido, y besando las manos de la buena señora. El gran acontecimiento semanal
100 que interrumpía la monotonía de ¡s vida que se pasaba en Flambiers, era la misa. Todos los domingos se dírijian por la mañana temprano á Maussane los habitantes de la hacienda, y sucedió una vez que aguardando á que la campana diese el último toque, madama Dalange y su nieta se detuvieron en el patio del castillo con la familia del arrendatario. Magdalena no perdió una ocasión tan buena para charlar acerca del misterioso personaje que tanto le daba en que pensar, y casi sin advertirlo prestó Felicia atención al diálogo de las dos mujeres. —Seguramente que no está aqui por gusto suyo ese gallardo joven, decía la arrendataria: en Cuanto á sus asuntos, puede muy bien que los tenga; pero es muy cierto qao á nadie ha dado evienía de ellos, por-
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Pajinas. VII. Venganza secreta. . .
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