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TI. El /liliácea. Luego que Serafina do Clavieres ccshaló el último suspiro, se arrodilló Felicia junto á la cama, besó piadosamente la mano de la difunta, y se alejó llorando. Al momento invadieron la alcoba Dorotea y las demás criadas, para contemplar los tristes restos de sa ama: la naciente luz del dia esparcía con sonrosado matiz sobre
140 el lecho fúnebre los primeros^ayos del alba, que penetrando por entre las cortinas, innundaban con un puro resplandor aquellos ojos, que no debían volver á abrirse á la serena claridad del cielo. La muerte había dado al rostro de la señorita de Claviercs una espresion trauquila, que hacia menos horribles sus facciones. Sorprendida una criada con este cambio, esclamó: —Es parücularl ¡ya no está tan fea! Las mismas personas que el dia anterior temblaban á una mirada de Serafina, hablaban ahora en voz alta, abrían los muebles y arreglaban el aposento sin cuidarse de ella. Nadie la temia, nadie sentía su muerte; solo su perrito Cupido la miraba con tristeza, tendido al pie de la cama, y de cuando en cuando
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46 tenerle en esta soledad —Ay, a
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50 debajo de la servilleta una buen
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51 de haber velado hasta tan tarde,
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53 bia dejado la casa de Serafina.
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que estaban arando, y á unas mujer
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59 —Ahí tenéis al cazador verde
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61 —Y quién dice eso? preguntó
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72 Cruzaron por las sendas que atra
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74 Con efecto, veinte pasos mas all
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76 su pie tocó aquel madero insegu
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80 ¡qué cstraña casualidad! Entr
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82 a sus herederos buenos sacos, qu
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87 IV. Una tarde de tempestad. Seg
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80 bia pasado con pie lijero al lad
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91 —Qué estáis hablando, abuela
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93 de podía recordar sin temor ni
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95 á conocer que la soledad es una
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109 I„a hora fatal. La viuda se h
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115 —Sí, señora; pero prefiero
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135 —Una caria de M. de Ramsaj! e
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138 por caminos casi intransitables
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140 la oportunidad de tablar de aqu
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142 viciadas la otra tarde. —Eso
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J44 verla enteramente restablecida
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14G rodó cuidadosamente los tallos
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148 actitud de súplica, barbotando
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150 don, y lo leyó. Era una caria
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151 'y se me figuró que las flores
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156 bia impedido dar su paseo acost
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158 ternura y de compasión á seme
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160 ramilletes, ni mas cartas en mi
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162 —Aquí estoy! gritó la joven
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Un viaje. El día siguiente era dom
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167 mí Jal de edad: así es que ca
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Í69 Meza de su carácter. La joven
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171 —¡Por el amor de Dios, carit
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173 y de un momento á otro puedo s
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177 señor le dio dinero, y proDabl
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179 de la quinta de Meudon, y el m
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181 tenia la certeza de ser amado y
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1S5 Aíando en seguida el billete
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187 —¿Pasaréis algunos dias en
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189 cañada, contándole la visita
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atravesaban en aquel momento el pal
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11 —Hablan mal de él? añadió l
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23 es verdad que ninguno se me qued
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III, AI maestro, cuchillada. El con
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Page 351 and 352: 151 —Creo que me perdonará mí t
Page 353 and 354: 156 mi marido, respondió la sirvie
Page 355 and 356: 158 —Bien conoceréis», señora,
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Page 359 and 360: 162 i—Habéis rechazado mi amor,
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Page 365 and 366: 168 dando á su señor; divisábase
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Page 369 and 370: 172 á mi venganza. Luciano de Froi
Page 371 and 372: 174 donde él se detuviera. Altefay
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189 había amado con tanta fidelida
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Pajinas. VII. Venganza secreta. . .
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