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125 Felicia agradeció aquella declaración espontánea como la muestra major de confianza, y contestó con voz conmovida: —Guardaré religiosamente ese secreto, caballero; ¿pero uo vislumbráis el termino de vuestra penosa situación?..... Gracias al cielo vivimos en un tiempo en que los delitos políticos no se castigan con escesi vo rigor, y la ley no es inccsorable para con los proscritos. El joven meneó la cabeza. —Mi destierro no está próesimo á concluir, replicó con voz cortada, y hace ya mucho tiempo que estoy aquí. Después añadió con cierta ccsallacion mezclada de amargura: —Qué vida, Dios mio! ¡Ah, s«ñoral no podríais imajinaros todo lo que he sufrido en este absoluto aisla-
i 20 miento, cspcci ilmente durante las eternas noches de invierno que he pa:ado ai lado do la chimenea en la habitación ruinosa en donde me he refujiado. Cuando el viento azotaba las ventanas y los buhos chillaban en las paredes carcomidas, cuando la trémula claridad del bclon que me alumbraba se iba extinguiendo, pensaba en ci mundo, en sus poces, en sus fiestas, en n is felices amigos y en todos los que vivían libres y contentos... ¡Qué largas ino parecían entonces las horas!... No podéis figuraros, señora, el ardor quo consume á las personas de complecsion activa condenadas á la inacción: es un tormento comparable solo al de Prometeo encadenado j devorado vivo por un buitre. Yo me an¡qu¡la!),i en esa terrible estado, y habría sucumbido sin re»
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Pajinas. VII. Venganza secreta. . .
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