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183 Calió de pronto, pues volvía madama Dalange. Al oír aquellas palabras, sintió Felicia que se debilitaba el impulso de confianza que la arrastraba á descubrir su corazón á un ami^o tan querido. Temió que juzgase con demasiada severidad sus sentimientos y reprovaso sus esperanzas, y le pareció que jamás se resolvería á pronunciar en su presencia el nombre de M. de Altefayc. Inquieta y poseída de una tristeza mortal, prestaba atención al menor ruido que se sentia á la parte, de afuera, y creia á veces oír los pasos de Gastón en el fondo de la alameda. Asomóse al lin una vez á la ventana; pero á nadie descubrió, y solo oyó el ruido del viento, que azotaba el follage de los laureles. Entretanto iba entrando la noche, y : eran ya mas de Lis once cuando madama
184 Dalange, tomando una luz, qujso conducir por si misma á M. de Ramsay a la habitación que le habia destinado. Felicia se retiró entonces á su cuarto, y cuando el silencio que reinaba en la casa le hizo conocer que todos se habian recogido, abrió con precaución la ventana: M. de Altefaye estaba al pie de la p»red, y encontró en el borde de aquella el siguiente billete, escrito con lápiz: «Si una palabra no me asegura de vuestro amor y de vuestra fe, me quedo y me entrego en manos de mis enemigos.» La joven tomó 1» pluma y escribió con mano trémula en el mismo papel: «En nombre del cielo mirad por vuestra seguridad! Marchaos! ¡huid por Dios! y coatad con la promesa que os hago de no pertenecer á otro que á vos. «FELICIA, DE CLAVIERES.»
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Pajinas. VII. Venganza secreta. . .
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