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35 rizándose; en seguida se volvió hacia la señorita de Cía vieres, y se inclinó por segunda vez. —Hermana mia, dijo entonces la viuda, este es el señor barón de Altcfaye, da quien le be hablado ya —Mi sobrino! csclamó el conde. Al oir aquella voz, dio el joven un paso atrás y se pintó en su semblante alguna turbación, inquietud y sorpresa; mas reponiéndose al punto, se acercó á M. de Albys, y le dijo con desembarazo: —Perdonad, tio: mi afán por saludar á estas señoras ha sido causa de que no os baya visto. —No habéis incurrido en falta, y por consiguiente están de mas las disculpas, repuso el viejo con sequedad, Dirijiéndose á la señorita de Clavieres, añadió:
36 —Creo que no os habia dicho que tuviese otro sobrino además del conde Luciano de Froidesaigues. —No sé... creo que no, respondió Serafina, que se acordaba muy bien de que el conde de Albys no le babia hablado de este otro sobrino sino para decirle que tenia resuelto desheredarle. —Estaba en I3 persuasión de que habíais abandonado definitivamente á París, caballero, prosiguió el anciano, dirijiéndose á Gastón, mas sin mirarle. —Ah, lio! ¿cómo habia de condenarme á mí propio á un perpetuo destierro? replicó M. de Altefaye cou alguna turbación. Además que hace muy poco que he llegado. Anoche me presenté por primera vez en Ta ópera, en donde tuve el honor de ver á estas señoras en su
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Pajinas. VII. Venganza secreta. . .
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