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de tan dulce satisfacción, me iré
á vejetar á cualquier rincón, como
el perro á quien echan del festin,
dándole un hueso que roer! No! ¡no!
Seria una necedad. Á pesar de mis
apuros, no sucumbiré.
—¿Pero cuáles son vuestros deseos?
preguntó el médico. Decidlos,
y veremos si me acomodan.
—Tengo dos cartas, respondió Aítefaye,
dos cartas de venta: por la
una pido la mano de madama de
Clavieres, y por la otra su hacienda.
Veis por tanto que no es fácil
que concluyamos el trato.
—Con efecto, dijo el médico tranquilamente,
no llegan á tanto mis
poderes. Pero rcfleccionad antes de
que.....
—Lo he reflecsionado ya bien,
repuso el joven con impaciencia, y
por nada en el mundo renunciaré