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sallar el óvalo puro y encantador
de su rostro, y dijo sonriéndose
c«n sencillez al verse tan bella;
—Ya estoy dispuesta,
La señorita de Claviercs habla
llamado también á sus criadas para
que acabasen de vestirla: una le
cubrió los hombros con una manteleta
de punto de Inglaterra, y otra
la presentó un magnífico adorno para
la cabeza. Serafina se dejó arreglar
los pliegues del rico encaje, y
tomando el adorno sin mirarlo siquiera,
se lo puso con el mismo aire
con que un trapero podría encasquetarse
su gorra de piel de nutria.
En seguida dijo, volviéndose hacia su
cuñada:
—Vamos.
El teatro estaba sumamente concurrido,
y la llegada de la señorita
de Clavieres causó, como siem-