Alejandro De Oto María Marta Quintana
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124<br />
11/ Mbembe señala que en Hegel hay un punto<br />
significativo que es la relación entre la<br />
muerte y el devenir sujeto. Hegel parte de<br />
un concepto bipartito de negatividad. En<br />
el primer caso, el mundo humano niega la<br />
naturaleza para sus propias necesidades y<br />
en el segundo se realiza mediante el trabajo<br />
y la lucha. En ese proceso, el ser humano<br />
crea un mundo donde se ve expuesto a su<br />
propia negatividad y la muerte es siempre<br />
un acto voluntario, un riesgo asumido por<br />
el sujeto. Al hacer esto, según Mbembe,<br />
Hegel propone la derrota de lo animal de<br />
la naturaleza humana. Entonces, lucha y<br />
trabajo separan del animal y sirven para<br />
enfrentar la muerte. La política, dice<br />
Mbembe, «es la muerte que vive una vida<br />
humana» (2003, p. 14). Y agrega que tal<br />
es también la definición del conocimiento<br />
absoluto y la soberanía: arriesgar enteramente<br />
la propia vida (ibíd., pp. 14-15). En<br />
contraste, para Bataille, hay que desplazar<br />
la noción de Hegel de muerte, sujeto y<br />
soberanía en tres momentos. Primero,<br />
interpretando la muerte y la soberanía<br />
«como un intercambio paroxístico y<br />
superabundante, en el sentido que destruye<br />
por completo todo, pero que es,<br />
fundamentalmente, auto conciencia, es<br />
decir la más “lujosa forma de vida, esto<br />
es, una efusión de exuberancia: un poder<br />
de proliferación”» (ibíd., p. 15). En otras<br />
palabras, Bataille pone a la muerte en un<br />
lugar distinto al de Hegel, puesto que este<br />
último pensaba la muerte como un lugar<br />
donde nada se perdía de manera definitiva.<br />
La segunda cuestión es la de un gasto<br />
absoluto que, para Mbembe, constituye<br />
una característica de la soberanía. <strong>De</strong> otra<br />
manera, si Hegel mantenía la muerte<br />
dentro de una economía del conocimiento<br />
y el significado, por su parte, Bataille<br />
avanza sobre algo más preciso y tal vez más<br />
inquietante, que es la idea de vida más allá<br />
de toda utilidad, lo que, a su vez, refleja<br />
el dominio de la soberanía. Así, lo que se<br />
pone en juego es una suerte de antieconomía.<br />
Por último, el tercer factor, es la relación<br />
entre muerte, soberanía y sexualidad.<br />
La sexualidad presupone la disolución de<br />
los límites del cuerpo y del yo por medio de<br />
los impulsos orgiásticos y excrementales.<br />
En ese juego están implicadas la apropiación<br />
y la excreción (íd.).<br />
media res a los colonizados, ni bestias ni hombres, ya sea por los artilugios<br />
biologicistas o culturalistas.<br />
En consecuencia, las derivas del trabajo de Fanon y sus lecturas, entre otras<br />
las del propio Sartre, continúan siendo una buena oportunidad para discutir las<br />
dos posiciones que analiza Mbembe con respecto a la soberanía 11 . Por un lado,<br />
la hegeliana y, por el otro, la de Bataille quien no ve más que “gasto absoluto”,<br />
esto es, un procedimiento no económico en el proceso de la soberanía. Sartre,<br />
en el prólogo a Los condenados de la tierra, supone que por más enérgicos que<br />
sean los esfuerzos del colonizador por domesticar a los nativos, aun siendo<br />
de una gravedad extrema, éstos nunca llegan a cumplirse cabalmente:<br />
Y sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos, no se alcanza el fin en ninguna<br />
parte: ni en el Congo, donde se cortaban las manos a los negros ni en<br />
Angola donde, recientemente, se horadaban los labios de los descontentos,<br />
para cerrarlos con cadenas. Y no sostengo que sea imposible convertir a un<br />
hombre en bestia. Sólo afirmo que no se logra sin debilitarlo considerablemente;<br />
no bastan los golpes, hay que presionar con la desnutrición. Es lo malo<br />
con la servidumbre: cuando se domestica a un miembro de nuestra especie, se<br />
disminuye su rendimiento y, por poco que se le dé, un hombre de corral acaba<br />
por costar más de lo que rinde (Sartre 2007, p. 15).<br />
Y luego, el momento clave para nuestro argumento:<br />
Por esa razón los colonos se ven obligados a dejar a medias la domesticación:<br />
el resultado, ni hombre ni bestia, es el indígena. Golpeado, subalimentado,<br />
enfermo, temeroso, pero sólo hasta cierto punto, tiene siempre, ya sea amarillo,<br />
negro o blanco, los mismos rasgos de carácter: es perezoso, taimado y<br />
ladrón, vive de cualquier cosa y sólo conoce la fuerza.<br />
¡Pobre colono!: su contradicción queda al desnudo. <strong>De</strong>bería, como hace,<br />
según se dice, el ogro, matar al que captura. Pero eso no es posible. ¿No hace<br />
falta acaso que los explote? Al no poder llevar la matanza hasta el genocidio<br />
y la servidumbre hasta el embrutecimiento animal, pierde el control, la operación<br />
se invierte, una implacable lógica lo llevará hasta la descolonización<br />
(énfasis agregado) (íd.).