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Alejandro De Oto María Marta Quintana

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126<br />

13/ En relación con la conquista y la colonización<br />

se podría hablar de una combinación<br />

de técnicas disciplinarias y técnicas de<br />

gestión de la vida –en tanto mano de obra<br />

disponible. No obstante, un punto que<br />

problematiza las nociones de soberanía y<br />

biopolítica es que no habría algo así como<br />

un “cuerpo soberano” que conservar, ni<br />

siquiera habría individuos, por ejemplo.<br />

<strong>De</strong> lo que se trata es de la existencia de<br />

“hordas”, de manadas de hombres a mitad<br />

de camino, etc. En tal instancia cabría<br />

volver sobre el argumento moral, aquel<br />

que señala que como no pueden los indígenas<br />

ser pensados por los colonizadores<br />

como humanos no hay conciencia cabal<br />

del crimen, argumento que tiene varias<br />

limitaciones, o dirigir la encuesta hacia la<br />

efectiva producción de mundo que supone<br />

el colonialismo como práctica. En esa instancia,<br />

se controla y se mata porque es lo<br />

que efectivamente se hace.<br />

párrafo citado, se pone en juego la dinámica del exceso, del gasto sin finalidad<br />

que desarrolla Mbembe a propósito de la necropolítica. <strong>De</strong> otra manera, hay<br />

un Amo en el lenguaje fanoniano y eso hace irremediablemente que exista un<br />

esclavo, con lo cual la humanidad del colonizado, del administrado por el poder<br />

colonial, hegelianamente se hace presente. Pero es una sub-humanidad, es una<br />

humanidad o una animalidad en media res la que circula en el lenguaje del<br />

colonizador, pronto a desprenderse de las lógicas económicas que asegurarían<br />

o postularían la necesidad del colonizado en el sistema económico. Esa subhumanidad,<br />

en realidad, no parece ser una suerte de ardid del colonizador sino<br />

precisamente una descripción concreta de cómo se articula la existencia del<br />

colonizado en la trama del discurso colonial y en las prácticas que producen<br />

y reproducen el colonialismo.<br />

En esa instancia, entonces, la soberanía se desata del nudo económico que<br />

parece sostenerla, en el sentido de la necesidad económica del esclavo, y es puro<br />

acto destructor, mortífero 13 . Correspondería a un estudio profundo de las prácticas<br />

asesinas comprender los modos de esta suerte de autonomía paroxística<br />

del sujeto soberano. A la par quedan preguntas latentes y que en manera alguna<br />

intentamos resolver aquí sino dejarlas formuladas: ¿el modo paroxístico al que<br />

aludimos de la soberanía no funciona como una suerte de fin de la historia, no<br />

de la historia filosófica o del concepto, sino de las prácticas? Además, ¿si asumimos<br />

esta característica de la soberanía, queda algún resquicio para que se vuelva<br />

a entroncar con alguna legitimidad discursiva? ¿Qué ocurre con las nociones de<br />

subjetividad vinculadas a una agencia en este contexto? Cada una de estas preguntas<br />

se dirige inmediatamente al núcleo de los problemas de la teoría social<br />

y política contemporánea, respecto de la cual la discusión por la biopolítica<br />

parece girar y que, en definitiva, son más o menos los mismos de siempre, es<br />

decir: de qué trata la autonomía del sujeto, qué es una práctica, cuáles son las<br />

formas de la legitimidad. Sin embargo, el carácter iterativo que las atraviesa<br />

escasamente deja lugar para otra cosa que no sea abordar dichos problemas.<br />

El proceso colonial, entonces, parece requerir que el estatuto de la población<br />

administrada y de las políticas sobre los cuerpos individuales, permanezcan en

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