Los Mayores FRAUDES de la Historia - LimaClara Ediciones

DESDE LAS 2:30 DE LA MADRUGADA REPIQUETEO
teclados; debo a insomnio impiadoso tal despropósito.
Ahora, la pantalla marca las 6:30 y ya los primeros rayos
de sol se filtran por los ventanales. Golpean a mi puerta;
se abre, lentamente. Un rostro radiante emerge tras rizos
de oro.
–—¡Buen día, mi rey! —saluda, sonora, mi ama y señora.
–—Hola —contesto desde la aspereza ancestral del hombre
rudo, bien macho.
–—¿Todo bien?
–—¡Ahora más que nunca! —respondo, dando un empellón,
en mi interior, al lobo feroz. Viene hacia mí, incrusta sus
dedos suaves entre mis cabellos, del mismo modo que lo
hace desde hace largos años, y besa mi frente.
–—Cariño, quítate la ropita y dámela.
–—¿Toda?
–—Sí, toda.
–—¿Ahora mismo?
–—Sí, vida, si no, ¿cuándo?
–—¡Es que no lo puede creer! Es una hermosísima sorpresa.
¡Ya me saco todo! (ante trance semejante jamás
hombre alguno objetará jaqueca).
–—¡Ah! Y luego de cambiarte de ropa, hazme el favor de
llevarla al lavadero y ubicarla en el montón de ropas finas;
el otro es el de trabajo de campo; no te equivoques. ¡Y
apúrate! Ya tengo el lavarropas en marcha.
–—Quieres mi ropa… ¿para lavarla? —pregunté con el alma
derrapando hacia el abismo.
–—¡Por supuesto! ¡Si siempre tengo yo que venir a buscarla!
¡Jamás la llevas al canasto de ropa sucia! Chaucito,
y no olvides que dentro de treinta minutos desayunamos.
¡Ya tengo la mesa puesta!
–—No lo olvidaré, ¡nunca! —respondí con un hilo, machazo,
de voz.
Luego, en pleno desayuno, la blonda indicó:
–—Mi Bien, quisiera que esta mañana revisáramos los núcleos
de la zona de las palmeras, pues no debemos descuidarlos,
ya que es sitio en el que abundan hormigas colora-
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