Los Mayores FRAUDES de la Historia - LimaClara Ediciones

________ * Raúl Silverio López Ortego * _________
marca la hora catorce. En ese instante lo comprendí todo,
absolutamente todo. Y me sentí más pequeño que nunca.
Entendí, alejado ya de toda vanidad, que mi vida estaba
diagramada, ese día, segundo a segundo; y la semana, día
a día; y el mes, ¡palmo a palmo! ¡Y yo que me creía dueño
de mi universo! Y no disponía a mi arbitrio, siquiera, de un
sólo segundo. La semana anterior, más aún, ayer mismo,
yo no sabía qué haría el día de hoy, mas hay otros que sí
saben lo que haré, a qué hora lo haré y lo que no haré. Me
sentí igual a cordero llevado de mañana. ¡Bien temprano!
Hay ojos que están prestos al momento de arrearlo,
cargarlo y llevarlo. Él no sabe por qué ni para qué, pero
aquellos otros ojos sí lo saben también. Vislumbrar que
mis movimientos diarios han sido programados mucho
antes que pie alguno abandone las tibias sábanas sobrecoge
mi espíritu.
No obstante, un rictus de alegría noto en mi rostro;
evidentemente hay sentimientos encontrados dentro de
mí. A través de mis facciones ha salido a luz uno de los
secretos mejor guardados del enigmático titiritero universal,
el inconsciente, evanescente manipulador de
porvenires humanos y, en consonancia, el consciente
interpreta.
Asumida ya la magra condición y decididamente
abroquelado y atrincherado en mi minusvalía, deduzco que
no padezco en soledad. ¡Hay mil millones de hombres más
en igual situación! Inclusive, el más poderoso de la tierra,
y uno de los más siniestros. Cosas ambas que a su esposa
no le importa un céntimo de dólar, y quien ve llegar, cada
mañana, al dealer de la muerte, el particular Secretario de
Defensa, enarbolando novísimo parte triunfal:
–—Mister President, ¡hoy hay ciento veinte iraquíes menos!
A cuarenta insurgentes nuestras tropas los despacharon, y
a los ochenta restantes, los liquidamos con bomba certera
y, de ellos, ¡treinta son niños! Veinte, ancianos, y la pareja
de novios que participaba del enlace, la fiesta sagrada
instaurada por Dios, ¡despanzurrados! Eso sí, a los de la
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