Los Mayores FRAUDES de la Historia - LimaClara Ediciones

UNA DE LAS MAYORES FARSAS DE AQUELLOS ENQUISTADOS
en los recursos del Estado, sean legisladores o gobernantes,
es que justifican sus tropelías hereditarias, cargos que
ocupan (diputado, senador, concejal, intendente, gobernador
o presidente), mediante el recurso verbal de: “Si
continuamos en los cargos es porque el pueblo nos continúa
votando y eligiendo”; y tales justificaciones son de las desvergüenzas
más dilatas que se puedan concebir, pues todos
sabemos que una vez que arriban al poder, disponen de los
dineros del Estado, de vidas humanas y de voluntades a
placer y a las que comprarán en camino a la próxima
elección mediante ‘trabajo’ realizado durante el mandato
respectivo, otorgando puestos, favores, prebendas o un
bolsón de comida chatarra a cuanto simpatizante o pobre
puedan sojuzgar (por supuesto, todo con recursos del
Estado), sin olvidar mencionar que construyen la aparatología
política tranzando con punteros barriales y zonales, con
intendentes y concejales, formando un entramado efectivo
de corrupción y compra de voluntades, todo en miras hacia
la permanencia en el poder, que es el fin penúltimo; el
último y principal está dentro de las Arcas Públicas. En toda
la América percibimos, y en los Parlamentos respectivos,
nombres de legisladores que creemos, cándidamente, que,
amén de homónimos, no tienen relación entre sí. Sin
embargo, son hijos, hermanos y demás familiares que
también aferran puesto, oficio y salario de por vida a costa
de los dineros del pueblo.
La misma Prensa manifiesta que un senador o un diputado,
para poder mantenerse en el cargo indefinidamente
y luego trasladarlo a progenie de apellido similar (y el que
puede tener ‘ligeras’ variaciones), debe ‘deslizar hacia
abajo’ (‘derrame’) unos 200 mil dólares por campaña, y
tales dineros antiéticos no salen, como es de imaginar, de
peculio propio sino que son obtenidos mediante finos
mecanismos diseñados por los propios políticos, a su vez,
trasuntando generosidad hacia los pobres del pueblo,
conquistándolos con un bolsón de comida de calidad ínfima.
A esta execrable permanencia, tornada propiedad
privada y hereditaria, es a la que hay que exterminar; de
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