VE-00 MARZO 2014
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canto de una lápida. Quedó tendido en el suelo, retorciéndose igual que<br />
un gato recién arrollado y con el cerebro asomando por el boquete de su<br />
mollera. Ciertamente, parecía tener hurones debajo de la sotana.<br />
Cuando se paró, me acerqué a él para constatar lo evidente: aquel<br />
hombre estaba muerto.<br />
Si matando a Horacio me salté el quinto mandamiento y con la muerte<br />
de su hija lo violé, con aquel nuevo crimen sentí que lo estaba<br />
sodomizando salvajemente, hasta sangrar. Había sumado uno más a mi<br />
lista, nada menos que un sacerdote, y Dios debía de estar ya muy<br />
enfadado conmigo; tanto o más que Aurora y su padre, a cuyas voces se<br />
unió enseguida la del padre Beltrán. Tres víctimas, y tres pecados<br />
capitales que me condenaban sin remisión. Pero entonces el infierno me<br />
importaba bien poco: mi mayor prioridad era librarme de aquellos tres<br />
antes de perder el juicio, ya tendría tiempo de rezar después. Primero,<br />
tiré el maldito saco por el hueco que abrí en la fosa; después fui a por el<br />
cura para hacer lo mismo.<br />
Los dos cadáveres entraron bien por la rendija, pero el enorme pandero<br />
de aquel ballenato con sotana resistía allí varado su paso al otro mundo.<br />
Y es que, a pesar de mis golpes y empujones, no había forma de moverlo<br />
ni un solo milímetro. Por eso, maldiciendo cada uno de los cocidos,<br />
pasteles y lonchas de panceta que habían ido cebando el trasero del<br />
cura a lo largo de estos años, me subí en él y dejé caer todo mi peso para<br />
que bajara. Salté repetidas veces sobre su culo atascado, hasta que<br />
cedió de repente bajo mis pies y caímos los dos dentro de la fosa común.<br />
Aquí dentro está oscuro, muy oscuro, y aunque la piedra que me cubre<br />
esté corrida, la luz no quiere llegar hasta aquí abajo ni respirar de este<br />
aire infecto que lija mis entrañas. Detrás, a un lado y a otro, hay<br />
calaveras, costillas punzantes y demás restos humanos; justo debajo,<br />
tengo las nalgas mullidas y un tanto viscosas del padre Beltrán. Por<br />
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