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MANUEL HERRERA GÓMEZ<br />

Por relación social debe entenderse la realidad inmaterial (que está en el<br />

espacio-tiempo) de lo interhumano, es decir, aquello que está entre los sujetos<br />

agentes. Como tal, constituye su orientarse y obrar recíproco, distinguiéndose<br />

de lo que está en los singulares actores —individuales o colectivos— considerados<br />

como polos o términos de la relación. Esta «realidad entre», hecha conjuntamente<br />

de elementos «objetivos» (independientes de los sujetos: propiedades<br />

del sistema de interacción como tal) y «subjetivos» (dependientes de la subjetividad:<br />

condiciones y características de la comunicación intersubjetiva), es la<br />

esfera en que se definen tanto la distancia como la integración de los individuos<br />

respecto a la sociedad: de ella depende si, en qué forma, medida y cualidad<br />

el individuo puede distanciarse o implicarse respecto a otros sujetos, a las<br />

instituciones y, en general, respecto a las dinámicas de la vida social (P. Donati,<br />

1986).<br />

Este punto de vista no ha emergido de forma inmediata. Para observar esta<br />

«realidad entre», con sus componentes, articulaciones y vicisitudes, han sido<br />

necesarias muchas distinciones y desarrollos de pensamiento que se han ido<br />

produciendo de forma gradual a lo largo de la historia. Aún más, siempre está<br />

abierta la cuestión entre las características (libres, racionales, deliberativas, significativas)<br />

propias y solamente humanas de la relación social, y las características<br />

(genéticas, instintivas, mecánicas, automáticas) de las relaciones sociales<br />

(«naturales») existentes entre los seres vivientes no humanos. En cualquier caso,<br />

toda relación social ya no aparece como inmediatamente humana, sino como<br />

una intersección de elementos en parte propiamente humanos y, en parte, no<br />

específicos de lo humano (T. Benton, 1993).<br />

En el pensamiento de la Grecia clásica, al no existir un concepto específico<br />

de lo «social» (éste es absorbido en el concepto de lo «político»), es impropio<br />

hablar de relación social. En Aristóteles, la categoría filosófica de relación (pros<br />

ti —Cat., 7, 6a—, locución adverbial cuyo significado es: «en relación a» lo<br />

que tiene realidad sustancial) es una noción primera que no admite definición.<br />

Primariamente indica una referencia de razón. En líneas generales, cuando se<br />

convierte en objeto de observación empírica, en la filosofía aristotélica la relación<br />

social como tal asume un carácter de realidad derivada y naturalista. Se<br />

supone que procede de la misma naturaleza de los seres vivientes.<br />

Tampoco la cultura romana posee un concepto específico de relación<br />

social. Aunque conviene recordar que en ella se nos ofrece la raíz etimológica<br />

de relatio. Ésta indica la referencia de un ente o de un objeto a otro según un<br />

determinado modo que puede ser propio de las cosas mismas entre sí o bien<br />

puesto por la mente entre las cosas. Del resto, tampoco el Derecho Romano<br />

conoce el concepto de relación jurídica, que, «entendida como relación de persona<br />

a persona, determinada por una regla jurídica», aparece con la pandectística.<br />

Entre los siglos XII y XIII, en el marco del complejo cambio social que<br />

marca el comienzo de la época moderna, se inicia el desarrollo de una «doctrina<br />

de las relaciones» (Tomás de Aquino, Duns Scoto y otros) (A. Krempel, 1952;<br />

I. Miralbell, 1994). El interés por el concepto de relación es prioritariamente<br />

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