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Mirar las grietas - Universidad de Los Andes

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Para matar el tiempo...<br />

Álvaro Égar Contreras<br />

<strong>de</strong>l enigma mediante la elaboración <strong>de</strong> un conjunto racional <strong>de</strong> pruebas.<br />

Construida la personalidad, pasa el narrador al “móvil” <strong>de</strong> la agresión, con<br />

nuevas hipótesis sobre el vicio <strong>de</strong>l difunto:<br />

La intuición me lo revelaba todo. Lo único que tenía que hacer era, por un<br />

puntillo <strong>de</strong> honra<strong>de</strong>z, <strong>de</strong>scartar todas <strong>las</strong> <strong>de</strong>más posibilida<strong>de</strong>s. Lo primero, lo<br />

<strong>de</strong>clarado por él, la cuestión <strong>de</strong>l cigarrillo, no se <strong>de</strong>bía siquiera meditar. Es<br />

absolutamente absurdo que se victime <strong>de</strong> manera tan infame a un individuo<br />

por una futileza tal. Había mentido, había disfrazado la verdad; más aún, asesinado<br />

la verdad, y lo había dicho porque lo otro no quería, no podía <strong>de</strong>cirlo<br />

(105)<br />

Según esta mirada, <strong>de</strong>spojar el crimen <strong>de</strong> todas <strong>las</strong> causas posibles,<br />

hace el caso más patológico. Des<strong>de</strong> luego, la resistencia <strong>de</strong> la víctima<br />

a ser interpretada autoriza a un <strong>de</strong>bate concerniente a la verdad, la <strong>de</strong> la<br />

prensa, la <strong>de</strong>l caído, y la <strong>de</strong>l narrador. Si ya no es posible la “acción moralizadora”<br />

esbozada en el segundo epígrafe <strong>de</strong>l relato, si hasta la misma víctima<br />

ha disfrazado la verdad, sólo queda un camino: reinventar la “escena<br />

callejera”. El caso <strong>de</strong>viene caos por no po<strong>de</strong>r ser interpretado según la<br />

norma. <strong>Los</strong> últimas párrafos <strong>de</strong>l cuento presentan la historia <strong>de</strong> la verdad<br />

<strong>de</strong>l narrador. Una noche, Octavio Ramírez, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> comer en una “fonducha”,<br />

salió a caminar por una “ciudad extraña”. Después <strong>de</strong> recorrer<br />

<strong>de</strong>sesperado por una “<strong>de</strong>sazón” interior, llega a la calle Escobedo con el<br />

<strong>de</strong>seo “<strong>de</strong> arrojarse sobre el primer hombre que pasara”. Intenta abordar<br />

a un obrero, pero el miedo le hace huir. En la calle siguiente, ya “con la boca<br />

seca”, se arroja sobre un muchacho <strong>de</strong> catorce años.“Hola rico... ¿Qué<br />

haces por aquí a estas horas?” (108). A los gritos <strong>de</strong>l joven, quien resulta<br />

hijo <strong>de</strong>l obrero, aparece Epaminondas, –así <strong>de</strong>bió llamarse el obrero–,<br />

dándole “un furioso puntapié en el estómago”: “¡Cómo <strong>de</strong>bieron sonar<br />

esos maravillosos puntapiés!” (108).<br />

En el cuento <strong>de</strong> Palacio la extraña muerte no es tratada como<br />

actualización <strong>de</strong> la ley, perdiendo ésta todo su peso como elemento correctivo.<br />

Cómo ocurre esto. Palacio abandona todos los clisés interpretativos,<br />

<strong>las</strong> explicaciones comunes. Su interés radica en sacar al suceso <strong>de</strong> lo<br />

convencional, no hacerlo uno más, hacerlo anormal, y para ello <strong>de</strong>splaza el<br />

énfasis hacia dos momentos: primero, la causa <strong>de</strong>l crimen, y segundo, la<br />

construcción <strong>de</strong> un personaje patologizado. Así el relato <strong>de</strong> Palacio surge<br />

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