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24 u\fo cke6ill a todo ellPÍJI¡tu e:" batía hubiera sido más ortodoxo decir "Cristo, Hijo eterno de Dios". Pero, ¿creemos de veras que Dios juzga en base a la corrección doctrinal? ¿Que el Dios de gracia soberana a quien Calvino y Farrel proclamaban va a condenar a alguien porque su doctrina no sea ortodoxa? Pero no hay que ir tan lejos como el siglo 16 para encontrar actitudes semejantes. Aquí mismo en nuestra América me he topado con personas e iglesias que insisten en que, si uno ora sentado o de pie en lugar de hincado, no se salva. O que si uno no se bautiza de cierto modo, no se salva. O que si uno no cree que la "gran tribulación" es alguna crisis particular, no se salva. O que si uno no cree que Jesucristo vendrá el diecitanto de enero del año dos mil y tantos, no se salva. O que si uno no cree sobre la comunión exactamente lo que dijo Lutero, no se salva. Es de esto que adolecen tantos de los nuevos movimientos que han surgido y siguen surgiendo en América Latina. Se confunde la doctrina con la fe, el creer que con el creer en, y entonces se cae en una idolatría de la doctrina. Porque quien confunde la doctrina acerca de Dios con Dios mismo no es sino idólatra, pues coloca su doctrina en el lugar que le corresponde solo a Dios, tan idólatra como quien toma un pedazo de madera y le dice: "Tú eres mi Dios". Pero, si bien el creer en no debe tomar el lugar del creer que, esto último también tiene su importancia. Cuando decimos, "Creo en Dios Padre <strong>Todo</strong>poderoso, Creador del cielo y de la tierra", estamos diciendo, sí, que confiamos en ese Dios; pero también estamos diciendo algo acerca de ese Dios en quien confiamos. El Dios en quien creemos no es cualquier Dios; es el creador del cielo y de la tierra. <strong>No</strong> basta con creer en cualquier Dios, sino que creemos en este Dios particular, quien es creador del cielo y de la tierra. Esto quiere decir que, aunque las creencias no han de ocupar el lugar de la fe, sí tienen un lugar importante en la vida de fe. Las doctrinas sirven para aclarar quién es este en quien creemos. En el caso de San Agustín, por ejemplo, lo que le había enseñado su madre, y lo que luego añadieron Ambrosio, Mario Victorino y otros, le sirvió para saber quién era este Dios en quien por fin creyó. Y luego le sirvió para ir aclarando su fe, para depurarla de errores que había traído de otros trasfondos, y para comunicarla a las gene- , u\luegfka Ck¡g¡g 2S raciones posteriores. De igual modo, puesto que hemos citado también a Wesley, podemos decir lo mismo en su caso. Wesley le dijo a Spangenberg que ya sabía lo que el cristianismo afirmaba, y cuando por fin pudo decir que creía en el Señor del cristianismo, pudo usar el qué que ya sabía para advertir a otros de los errores en que podían caer. Luego, aunque creer en es el centro de la fe cristiana, esa fe también conlleva un creer que. Al considerar entonces los nuevos movimientos que nos rodean, lo cierto es que no podemos juzgar si tienen fe o no, o si sus líderes son sinceros. Pero sí podemos juzgar, sí tenemos que juzgar, su creer que. Si bien su fe, su confianza en Dios, está fuera del alcance de nuestro juicio, sus doctrinas, el modo en que entienden el cristianismo, sí han de ser objeto de juicio crítico por nuestra parte. Y ese ha de ser nuestro propósito aquí.