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Justo González – No Creáis A Todo Espíritu

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108 uVo Cfteáls a todo eSpíftltu <<br />

judío, y se convertía formalmente a esa religión. Quizá haya sido,<br />

como en otros casos, por no tener que circuncidarse ni que someterse<br />

a las leyes dietéticas de la religión de Israel. Quizá haya sido<br />

porque su propia carrera militar, como oficial del ejército que a la<br />

sazón ocupaba el territorio de Israel, podría sufrir y hasta desplomarse.<br />

Quizá los mismos judíos, sabiendo que era un oficial<br />

del ejército romano, no tenían gran interés en lograr su conversión.<br />

En todo caso, lo que resulta claro es que Camelia es uno de esos<br />

gentiles "temerosos de Dios", de los cuales podría decirse que casi<br />

eran judíos. Y en su caso acontece algo parecido a lo que sucedió<br />

con el eunuco: Cuando el <strong>Espíritu</strong> Santo cae sobre Camelia y sus<br />

acompañantes, Pedro se pregunta: "¿Acaso puede alguno negar el<br />

agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el <strong>Espíritu</strong><br />

Santo, igual que nosotros?". La respuesta la da el mismo Pedro<br />

al mandar que sean bautizados.<br />

Ese es el patrón que vemos, no solamente en el libro de Hechos,<br />

sino en todo el Nuevo Testamento. Así, Hechos mismo habla de las<br />

grandes multitudes en Jerusalén que creyeron y fueron bautizadas.<br />

Más adelante Pablo, en sus viajes misioneros, al llegar a cada nueva<br />

ciudad comienza su predicación en la sinagoga, donde le escuchan,<br />

no solo los judíos, sino también los temerosos de Dios. Y sus primeros<br />

conversos son casi siempre judíos o temerosos de Dios.<br />

Esa situación cambió radicalmente hacia fines del siglo primero<br />

y principios del segundo, cuando eran cada vez más los gentiles<br />

que se convertían al cristianismo. En Jerusalén poco después del<br />

Pentecostés, un judío que pedía unirse a la iglesia ya sabía acerca<br />

del Dios de Israel, era estrictamente monoteísta, y sabía de la importancia<br />

que Dios le da a la vida y la justicia. Ahora, digamos en<br />

Roma o en Tesalónica, un gentil que escucha el evangelio y decide<br />

unirse a la iglesia carece de toda esa preparación teológica y moral.<br />

En todo el mundo grecorromano solamente los judíos, y ahora<br />

los cristianos, insistían en la existencia de un solo Dios y en la obligación<br />

de servir y adorar únicamente a ese Dios. En la vida religiosa<br />

grecorromana había una tendencia a coleccionar dioses y religiones.<br />

Frecuentemente las gentes se iniciaban primero en un culto y<br />

luego en otro sin abandonar el primero; y luego en un tercero. Sobre<br />

esto hay una especie de novela jocosa escrita por Apolonio lla-<br />

') 2stftateglas de ftespuesta 109<br />

mada Metamorfosis o El asno de oro, cuyo héroe pasa por toda<br />

una serie de vicisitudes en su constante búsqueda de nuevos cultos<br />

y nuevas experiencias religiosas. En tales circunstancias, no faltaba<br />

quien pidiera unirse a la iglesia para entonces añadir a Jesucristo<br />

al panteón de sus propios dioses, dioses nacionales, dioses<br />

familiares, dioses del gremio.<br />

Además de estas cuestiones teológicas o doctrinales, había otras<br />

de índole moral. En la sociedad grecorromana, sobre todo entre<br />

los más adinerados, el matrimonio era sagrado solamente para la<br />

esposa, pero no para el esposo. Puesto que si se tenían muchos hijos<br />

legítimos esto podría dividir el patrimonio familiar, algunos hombres<br />

no se casaban hasta llegar a los treinta o cuarenta años, y en el<br />

entretanto tenían concubinas cuyos hijos no tenían reclamo sobre el<br />

patrimonio de la familia. Otros practicaban la pederastia como una<br />

forma de control de la natalidad. Aun cuando naCÍan hijos legítimos,<br />

el jefe de la familia, el paterfamilias, podía declararles ilegítimos<br />

con solo negarse a recogerlos del suelo. En tales casos, lo más<br />

común era abandonar a tales hijos, frecuentemente niñas, a la intemperie,<br />

para allí morir de hambre, ser devorados por las fieras, o<br />

ser recogidos por alguien, probablemente con el fin de esclavizarles<br />

y dedicarles a la prostitución. Aun cuando algunas personas en<br />

la sociedad grecorromana se lamentaban de tales prácticas y actitudes,<br />

estas seguían siendo socialmente aceptables. En algunas religiones<br />

se practicaba la prostitución sagrada. En otras se practicaba<br />

la mutilación propia. Muy pocas enseñaban la necesidad de practicar<br />

misericordia para con los pobres y necesitados; y aun en tales<br />

casos, esa misericordia se limitaba a los del grupo mismo.<br />

Dada esa situación, no era sabio bautizar a tales personas tan<br />

pronto como lo pedían. Antes de hacerlo, era necesario darle a la<br />

persona misma oportunidad de comprender cabalmente cuáles eran<br />

las doctrinas y las prácticas de la iglesia. Fue por ello que se estableció<br />

la práctica del catecumenado, sobre la cual volveremos más<br />

adelante.<br />

En cierto modo, los evangélicos hoy en América Latina estamos<br />

pasando por una transición semejante a la que pasó la iglesia<br />

antigua hacia fines del siglo primero y principios del segundo. Cuando<br />

llegaron los primeros misioneros evangélicos, y después a tra-

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