VE-11 MARZO 2015
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Adelina<br />
El marido de Adelina regresó de las selvas amazónicas afectado<br />
de una rara enfermedad. Los médicos, desde el principio, auguraron<br />
un fatal desenlace ya que no existía ningún remedio para curarla. Las<br />
altísimas fiebres y los espantosos dolores, la obligaban a permanecer<br />
pegada a su lecho, sin apenas salir de la habitación. En los momentos<br />
de lucidez, él le decía lo mucho que le gustaba su precioso pelo,<br />
negro como la noche y lo hermosa que era. Le pedía que lo<br />
mantuviera siempre largo y cuidado, tal y como lo llevaba el día en<br />
que se conocieron.<br />
Un día, mientras se miraba al espejo, Adelina juró que si él no<br />
mejoraba, jamás se cortaría el cabello. Lo mantendría largo, brillante<br />
y perfumado sólo para que, al acercarse, el enfermo percibiera su<br />
aroma y pudiera acariciar los sedosos bucles.<br />
Los días pasaban, el pelo de Adelina había crecido tanto que le<br />
llegaba hasta la cintura. Ni siendo una jovencita lo había llevado tan<br />
largo. Todas las noches lo cepillaba con sumo cuidado, hasta cien<br />
veces antes de ir a dormir, como su madre le había enseñado. Por las<br />
mañanas, después de cepillarlo otras cien veces, acercaba sus labios a<br />
la frente del enfermo y le besaba con cariño, tomaba su mano y la<br />
dejaba descansar en su regazo, cerca de sus rizos, para que él se<br />
percatara y pudiera rozarlos.<br />
Las estaciones del año, se sucedían. Adelina no perdía la<br />
esperanza, su larga melena ya sobrepasaba la longitud de sus rodillas,<br />
dentro de nada le llegaría hasta los tobillos. Tuvo que contratar los<br />
servicios de una doncella, sus fuerzas empezaban a flaquear y no por<br />
cuidar de su marido, precisamente, sino por lo costoso que resultaba<br />
mantener la limpieza de su pelo. El peso, sobre los hombros y la<br />
columna, comenzó a producir mella en su compostura; su cuerpo<br />
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