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EL DIARIO DE ANA FRANK<br />
personales. En lo que a mí respecta, como me encuentro aquí<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>cimotercer año, he comenzado a<br />
reflexionar sobre mí misma mucho antes que las otras muchachas,<br />
y a sentirme «persona». Por la noche, en la cama, siento a veces<br />
una necesidad inexplicable <strong>de</strong> tocarme los senos y percibir la calma<br />
<strong>de</strong> los latidos regulares y seguros <strong>de</strong> mi corazón.<br />
Inconscientemente, tuve sensaciones semejantes mucho antes<br />
<strong>de</strong> venir aquí, porque recuerdo que una vez al dormir con una<br />
amiga, tuve la irresistible necesidad <strong>de</strong> besarla, lo que entonces<br />
hice. Su cuerpo, con el que ella siempre se había mostrado recatada,<br />
me <strong>de</strong>spertaba una gran curiosidad. Le pregunté si, como prueba<br />
<strong>de</strong> amistad, no me permitiría palpar sus senos, haciendo ella lo<br />
mismo con los míos; pero mi amiga se negó. Cada vez que veo la<br />
imagen <strong>de</strong> una mujer <strong>de</strong>snuda, como, por ejemplo, Venus, me<br />
quedo extasiada. Me ha sucedido encontrar eso tan<br />
maravillosamente bello, que me ha costado retener las lágrimas.<br />
¡Ah, si sólo tuviera una amiga!<br />
Tuya,<br />
ANA<br />
Jueves 6 <strong>de</strong> enero <strong>de</strong> 1944<br />
Querida Kitty:<br />
Como mi <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> hablar <strong>de</strong> veras con alguien se ha vuelto<br />
por fin <strong>de</strong>masiado fuerte, se me ha ocurrido elegir a Peter.<br />
Más <strong>de</strong> una vez he entrado en su cuartito. Lo encuentro muy<br />
simpático. Pero como Peter, por huraño que sea, nunca le cerraría<br />
la puerta a nadie que fuera a visitarle, no me quedaba mucho<br />
tiempo, por miedo a que me juzgara fastidiosa. Siempre buscaba<br />
un pretexto para quedarme a su lado, como casualmente, para<br />
charlar, y ayer se presentó esa oportunidad. Se ha apo<strong>de</strong>rado <strong>de</strong><br />
Peter una verda<strong>de</strong>ra pasión por los crucigramas y se pasa en eso<br />
todo el día. Me puse a ayudarlo y, bien pronto, nos hallamos el<br />
uno frente al otro en su mesita, él en la silla, yo en el diván.<br />
Experimentaba una extraña sensación al mirar sus ojos<br />
profundamente azules y su sonrisa misteriosa en la comisura <strong>de</strong><br />
los labios. Pu<strong>de</strong> leer en su rostro su embarazo. Su falta <strong>de</strong> aplomo<br />
y, al mismo tiempo, una sombra <strong>de</strong> certidumbre <strong>de</strong> saberse<br />
hombre. Al ver sus torpes movimientos, algo se estremeció en<br />
mí. No pu<strong>de</strong> impedirme <strong>de</strong> mirar sus ojos oscuros, <strong>de</strong> cruzar<br />
nuestras miradas una y otra vez, suplicándole con las mías, <strong>de</strong><br />
todo corazón: «¡Oh, cuéntame todo cuanto te ocurre, no <strong>de</strong>bes<br />
temerle a mi verborrea!<br />
Pero la velada transcurrió sin nada <strong>de</strong> esencial, salvo que yo<br />
le hablé <strong>de</strong> esa manía <strong>de</strong> sonrojarme, no con las palabras que<br />
empleo aquí, evi<strong>de</strong>ntemente, sino que para señalarle que él también<br />
cobraría aplomo con rapi<strong>de</strong>z.<br />
Por la noche, en la cama, esta situación me pareció muy poco<br />
regocijante, y francamente <strong>de</strong>testable la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> implorar los<br />
favores <strong>de</strong> Peter. ¿Qué no haría por satisfacer mis más íntimos<br />
anhelos? La prueba: mi propósito <strong>de</strong> ir a ver a Peter más a menudo<br />
y hacerle hablar.<br />
Pero no hay que pensar que estoy enamorada <strong>de</strong> Peter. Nada<br />
<strong>de</strong> eso. Si los Van Daan hubieran tenido una hija en lugar <strong>de</strong> un<br />
hijo, igualmente habría tratado <strong>de</strong> buscar su amistad.<br />
Esta mañana, al <strong>de</strong>spertarme alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las siete, recordé<br />
enseguida lo que había soñado. Estaba sentada en una silla, y<br />
enfrente <strong>de</strong> mí Peter... Wessel; hojeábamos un libro con<br />
ilustraciones. Mi sueño fue tan claro, que me acuerdo todavía,<br />
parcialmente, <strong>de</strong> los dibujos. Pero no termina aquí.<br />
De repente, la mirada <strong>de</strong> Peter se cruzó con la mía, y me<br />
hundí largamente en sus hermosos ojos <strong>de</strong> un castaño<br />
aterciopelado. Luego Peter dijo con acento muy dulce: «¡Si yo lo<br />
hubiera sabido, hace mucho tiempo que habría acudido a ti!».<br />
Bruscamente me volví, porque no podía ya dominar mi turbación.<br />
Enseguida sentí una mejilla contra la mía; una mejilla muy suave,<br />
© Pehuén Editores, 2001.<br />
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