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13. Segunda Fundación

Segunda Fundación es el tercer libro de la Trilogía original de la Fundación de Isaac Asimov. En él se descubre el paradero de la Segunda Fundación así como las capacidades de sus miembros.

Segunda Fundación es el tercer libro de la Trilogía original de la Fundación de Isaac Asimov. En él se descubre el paradero de la Segunda Fundación así como las capacidades de sus miembros.

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Pero no sabía hacia dónde correr. Todos eran sus enemigos. Sin darse cuenta,<br />

empezó a mirar los gigantescos nombres luminosos que flotaban en el aire: Steffani,<br />

Anacreonte, Fermus... También flotaba otro: Términus, y lo miró con nostalgia. Pero no<br />

se atrevía...<br />

Por una suma insignificante podría haber alquilado un avisador que, dispuesto para<br />

cualquier destino y una vez colocado dentro de su bolso, sonaría exclusivamente para<br />

ella quince minutos antes de la hora de salida. Pero semejantes dispositivos son sólo<br />

para personas que están razonablemente seguras; ella no podía usarlos.<br />

Y entonces, al tratar de mirar en dos direcciones simultáneamente, fue a darse de<br />

cabeza contra un blando abdomen. Oyó una exclamación de asombro y un gruñido, y<br />

una mano se cerró en torno a su brazo. Se retorció desesperadamente, pero le faltó<br />

aliento para emitir más que un grito ahogado.<br />

Su captor la retenía con firmeza y esperaba. Arcadia fue apercibiéndose lentamente<br />

de su aspecto. Era bastante rechoncho y más bien bajo. Su cabello, blanco y abundante,<br />

estaba peinado hacia atrás, y formaba como una coronilla que resultaba incongruente<br />

sobre su rostro redondo y rubicundo de campesino.<br />

—¿Qué pasa? —preguntó finalmente, con franca curiosidad—. Pareces asustada.<br />

—Lo siento —murmuró Arcadia con desesperación—. Tengo que irme. Perdóneme.<br />

Pero él no hizo ningún caso a su respuesta y dijo:<br />

—Cuidado, jovencita, vas a perder el billete —y después de quitárselo de entre los<br />

dedos, sin que ella<br />

ofreciera resistencia, lo miró con evidente satisfacción.<br />

—Ya me lo imaginaba —observó el hombre, y entonces gritó como si mugiera un<br />

toro—: ¡Mamáaaal Una mujer apareció instantáneamente a su lado, un poco más baja,<br />

redonda y rubicunda que él. Se apartó con un dedo un bucle de cabellos grises y lo<br />

metió debajo de su anticuado sombrero.<br />

—Papá —exclamó con reprobación—, ¿por qué gritas en medio de tanta gente? Todos<br />

te miran como si estuvieras loco. ¿Acaso crees que estás en la granja? —Entonces sonrió<br />

a la asombrada Arcadia y añadió—: Tiene los modales de un oso. —Y después, con voz<br />

aguda—: Papá, suelta a la niña. ¿Qué demonios haces?<br />

Pero papá se limitó a enseñarle el billete.<br />

—Mira —dijo—, va a Trántor.<br />

La cara de mamá resplandeció de pronto.<br />

—¿Eres de Trántor? Te he dicho que le. sueltes el brazo, papá. —Colocó en el suelo la<br />

abultada maleta que sostenía y obligó a Arcadia a sentarse sobre ella, con una presión<br />

suave, pero firme—. Siéntate —dijo— y descansa un poco, pequeña. Falta una hora para<br />

que despegue la nave, y los bancos están llenos de vagabundos dormidos. ¿Eres de<br />

Trántor?<br />

Arcadia respiró profundamente y se resignó. Repuso con voz ronca:<br />

—Nací allí.<br />

Mamá aplaudió, llena de alegría.<br />

—Hace un mes que estamos aquí y aún no hemos visto a ningún paisano. Esto es<br />

muy agradable. Tus padres... —y miró vagamente a su alrededor.<br />

—No estoy con mis padres —dijo Arcadia con cautela.<br />

—¿Estás sola? ¿Una niña como tú? —Mamá se convirtió inmediatamente en una<br />

mezcla de indignación y simpatía—. ¿Y cómo es eso?<br />

—Mamá —interrumpió el hombre, tirándole de la manga—, deja que te explique. Le<br />

pasa algo; creo que está asustada. —Su voz, aunque quería ser un susurro, era<br />

completamente audible para Arcadia—. Corría, yo la estaba mirando, sin saber adónde<br />

iba. Antes de que pudiera apartarme chocó contra mí. ¿Sabes qué pienso? Que tiene<br />

problemas.<br />

—Cierra la boca, papá. Contra ti chocaría cualquiera. —Se sentó junto a Arcadia,<br />

sobre la maleta, que crujió bajo su peso, y rodeó con su brazo los hombros temblorosos<br />

de la muchacha—. ¿Estás huyendo de alguien, preciosa? No temas decírmelo. Yo te<br />

ayudaré.<br />

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