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Como leones rugientes - Editorial Sal Terrae

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«Nos la quitamos de encima». La buena mujerhabía asistido a la santa Misa todos los días de suvida con devoción y fidelidad, madrugando condespertador, caminando con frío o con lluvia hastala iglesia más próxima, comulgando con fervor,considerando la Eucaristía justamente como el actomás importante del día, apreciando su valor y atesorandosu memoria. Estaba acostumbrada a ella,no se encontraba sin ella, le faltaba algo al día si noempezaba con la Misa, se sentía culpable si por descuidoo por pereza o por indisposición se la perdíaalgún día. Costumbre inmemorial. Compromisoreal. Obligación. Compulsión. Hay algo muy nobleen que la Eucaristía se haga tan parte de la vida quenos desasosiegue el día que nos quedamos sin ella.Y hay algo también un poco triste en que la Misapor ese mismo conducto llegue a ser algo que hayque «quitarse de encima» para poder acceder contranquilidad al resto del día. ¿Qué compromisostendría mi buena madre a los cien años, qué obligacionesy citas y actividades la esperaban durante eldía que tenía que despejar las horas y liberarse deresponsabilidades para estar disponible? Ninguna.Solo era el hábito, la necesidad, el escrúpulo, elsentido de culpa. Un amigo mío me decía que rezabael rosario todos los días, pero de vez en cuandolo dejaba «para no acostumbrarse». Puede ser unsabio consejo.«COMO LEONES RUGIENTES» 19

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