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Como leones rugientes - Editorial Sal Terrae

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Con frecuencia se hacen esfuerzos muy dignosde estima para animar la ceremonia. Todo lo que sehaga con ese fin merece aprecio y apoyo, pues ayudaa dar vida a lo que todos queremos que tenga lamayor vida posible. Pero la animación verdaderaviene de dentro y no de elementos añadidos de fuera.Guitarras y acordeones traen melodía a la liturgia,y tambores y panderetas marcan ritmos para lageneración joven de los gestos y los movimientos,pero los decibelios no son la solución para la Eucaristía.Los cánticos ayudan muchísimo, pero hacefalta cierta dirección y práctica y cooperación conjuntay decidida de todos los asistentes para que alcancentodo su valor. Voz y melodía y fuerza y compás.Un tímido murmullo tibiamente sinfónico entrebancos dispersos no hace liturgia. No hace mucho,un grupo amigo de unas veinte personas ya entradasen años tuvimos una Eucaristía conjunta, yalguien atrevidamente entonó el primer compás deun canto religioso bien conocido. Todos generosamentenos lanzamos al reto, aunque no andábamosmuy seguros de las notas. Había buena voluntad,pero oídos y gargantas no estaban a la altura de losbuenos deseos. Cantamos a voces. Es decir, que, siéramos veinte personas, eran veinte voces distintas,cada una con su partitura. O falta de ella. Desafinamosa gusto. Al menos nos reímos con ganas ante elresultado poco armónico, y eso sí ayudó a animar lacelebración. Decidimos que la próxima vez habríaque tener un ensayo de música previo.20 CARLOS G. VALLÉS

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