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Como leones rugientes - Editorial Sal Terrae

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visto, la mayoría había acudido sólo por Mozart. Laentrada era gratis.El obispo de Ahmedabad, en la India, que me ordenóa mí sacerdote, no tenía catedral cuando loconsagraron obispo. Un día que celebraba Misa enun pueblo en la calle entre dos filas de casas, unosmonos que querían pasar de un tejado a otro decidieronusar la cabeza del obispo –llamativa y atractivacon su solideo colorado– como punto de apoyoen su trayectoria, y fueron aterrizando uno tras otropor un momento en el cráneo episcopal como trampolínpara saltar de tejado en tejado. El buen obispono levantó la cabeza, y al final preguntó quién lehabía estado tocando por encima durante el canonde la Misa. Se rió cuando se lo contaron, y refirió laanécdota en su viaje a América para recaudar fondos,con lo que divirtió a los oyentes y consiguió losuficiente para edificar su catedral. Luego decía quele habían edificado la catedral los monos. No erauna catedral gótica, pero al menos protegía de losmonos.La historia tiene una segunda parte. El día de lasolemne inauguración de la catedral, el señor obispocomenzó la misa solemne haciendo la señal de lacruz: «En el nombre del Padre y del Hijo y del EspírituSanto»; pero le pareció que el micrófono nofuncionaba. De hecho, sí que funcionaba, pero él24 CARLOS G. VALLÉS

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