Setenta veces siete
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el perdón en el matrimonio30pudiera convencerlo de que viniera.Después de treinta años y once hijos, Hans y Margrit se volvierona separar. Para esa fecha, estaban viviendo en Sudamérica; era el año1961, un tiempo de gran confusión y trastornos internos en el Bruderhof.Como no le era posible reconocer sus propias fallas ni perdonarlas de otros, Hans se separó de su esposa y de la comunidad. En elperíodo subsiguiente, la gran mayoría de los miembros emigrarona los Estados Unidos, Margrit y los hijos entre ellos; pero Hans seempecinó y se radicó en Buenos Aires, donde permaneció durantelos próximos once años.No había señales externas de rencor, pero tampoco había señalesde reconciliación. Poco a poco, un murallón de amargura se levantó,que amenazaba mantenerlos separados para siempre. En 1966, cuandosu hija Verena y yo nos casamos, Hans ni siquiera vino a la boda, ynuestros hijos se criaron sin conocer a su abuelo materno.En el año 1972 hice un viaje a Buenos Aires con mi cuñado Andreas,esperando poder reconciliarnos con el padre. Pero a Hans nole interesaba. Quería relatar nada más que su versión de lo que habíapasado e informarnos una vez más de las muchas <strong>veces</strong> que se lehabía ofendido. De repente, el último día, hubo un cambio. Hans nosinformó que vendría a visitarnos a los Estados Unidos, pero insistióque vendría por sólo dos semanas y que ya tenía boleto de regreso.No obstante, fue un comienzo.Cuando finalmente se materializó la visita, nos llevamos un chasco:Hans simplemente no podía perdonar. No escatimamos esfuerzospara aclarar los conflictos del pasado y admitimos nuestra culpaen los sucesos que llevaron a la larga separación, pero no logramosnada. Intelectualmente, Hans sabía que lo único que nos dividía era suincapacidad para perdonar. Aun así, no podía humillarse lo suficientecomo para hacerlo.SETENTA VECES SIETEespanol.bruderhof.com