Setenta veces siete
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perdonar cuando no hay reconciliación38Solamente tengo que preocuparme por el mal que yo hago a otros.La historia de Julia ilustra una cuestión vital. Aunque su ex esposonunca se arrepienta, ella lo tiene que perdonar. Si no lo hiciera, suamargura la ataría a él, y él seguiría dominando sus pensamientos ysus emociones. Ella permanecería herida por el resto de su vida porlo que se le hizo a ella y a sus hijos. Al desprenderse de su ira y delodio, se dió cuenta de que la amargura es un desperdicio de energía,y encontró nuevas fuerzas para seguir adelante.a marietta jaeger le secuestraron su hija de <strong>siete</strong> años, raptándolaen la carpa donde acampaban durante unas vacaciones de verano. Suprimera reacción fue de ira:Yo estaba hirviendo de odio, consumida por el afán de vengarme. Ledije a mi esposo: “Aunque me traigan a Susie sana y salva ahora mismo,yo podría matar a ese hombre por lo que nos ha hecho sufrir”, y lodije desde lo más profundo de mi ser.Aunque su reacción era justificable, Marietta dice que pronto se diocuenta de que toda la ira del mundo no iba a devolverle a su hija. Noes que ella estaba dispuesta a perdonar al secuestrador; a su entendereso sería traicionar a su hija. Reñía con Dios, pero al final tuvo querendirse. En lo más profundo de su ser sintió que sólo así podríasobrellevar el dolor de su pérdida.Comenzó a orar por el secuestrador, y al pasar las semanas y losmeses, su oración se tornaba más fácil y más sincera. Sencillamentetenía que encontrar a la persona que se había llevado a su adorada hija;hasta llegó a sentir un misterioso afán de hablar con él cara a cara.Y una noche, al minuto exacto de cumplirse el año del secuestro,recibió una llamada telefónica. Era el secuestrador. La voz era altaneraSETENTA VECES SIETEespanol.bruderhof.com