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Setenta veces siete

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padres abusivos49pastor, que solía visitar a mis padres. Esa relación al fin se acabó y mecasé con otro hombre, pero seguía distanciada de mi madre.Mamá tuvo largas temporadas de crisis físicas y emocionales duranteaquellos años, pero me costaba compadecerme de ella o siquieramostrar algún interés. En realidad, era una atadura muy extraña, porqueal mismo tiempo estaba desesperada por complacerla.Al fin le tendí la mano cuando ella estaba tomando parte en unprograma de “doce pasos contra el alcoholismo”. Pasamos una semanamaravillosa. Yo estaba dispuesta a hablar, pues había atravesado unperíodo de arrepentimiento que me llevó a Jesucristo. A pesar de eso,poco después la puerta se cerró de nuevo. Aunque ahora no sabríaexplicar por qué, yo le eché la culpa a ella.Finalmente comprendí que su manera de ser, fuerte y segura de símisma, no era más que un caparazón, debajo del cual se ocultaba unapersona muy insegura que en su propia niñez había sufrido mucho.Ambas habíamos tratado, cada una a su manera, de hallar a la otra;ambas temíamos ser rechazadas, de modo que nuestros esfuerzos nopenetraron debajo de la superficie. Me avergüenza decir que al cabode dos semanas sencillamente dejé de hablarle.El momento decisivo vino unos años después, cuando una amigainsistió en que yo escuchara las grabaciones de Charles Stanley, unpastor bautista. Nunca había oído hablar de él, pero estaba buscandorespuestas, así que lo escuché, aunque con cautela. No recuerdo exactamentelo que dijo, pero era lo que me hacía falta en ese momento.Llegué a ver que yo llevaba gran parte de la culpa en aquella relacióny que necesitaba pedir perdón, y perdonar a mi vez.Poco después, visité a mis padres para hablarles del Bruderhof y demi intención de ingresar como miembro. Cuando estuve a solas con mimadre, le pedí perdón por mi comportamiento en el pasado y le dijeque también le perdonaba a ella. Le admití que toda la vida había estadoenojada con ella, aunque no estaba segura por qué. Ella no entendiópor qué yo tenía que estar enojada, pero también se disculpó por eldolor que me había causado. Me dijo: “Lo pasado ya pasó y no puedoremediarlo, pero ahora tenemos que seguir adelante.” Fue el principiode sanar para ambas. Me permitió abrirme, ser honesta y expresar miprofundo deseo de amar y de ser amada tal como era, y no por lo queSETENTA VECES SIETEespanol.bruderhof.com

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