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mujeres y equidad - Ediciones Universitarias

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Diario de viaje(dos fragmentos)Enriqueta Ochoa1Génova, ItaliaMayo 30 de 1951Lástima del brillante prestigio conque me arrastraba Génova.Oscura y húmeda me haimpresionado depresivamente. Tresdías la confusión y el miedo hanrondado por mi sangre. Si enciendolas lámparas tiemblo ante la formadura de los objetos. Si me apresuroa apagarlas, un frío extraño mesobrecoge manteniéndome eninsomnio contradictorio durantetoda la noche. Entonces alguiendesde lo alto del silencio dice:Levántate cada noche, exploramás allá de lo que alcanza la vista,prepárate macizamente para escucharal guardián predicho que sople elcuerno dulce en medio del incendio.De tal suerte urge habituarte aexplorar dentro de ti que quien loignora se anda a ciegas y exclamacubierto de temores cuando tropiezacon algo que no sea él. Maldita estaoscura floresta.Me he incorporado llamándomea voces desmedidas y enfilada enuna nueva dirección: la pasión a lodesconocido.He seguido gritando durante toda lanoche hasta enronquecer. Creo quedebería reprenderme, disciplinarme,pero es inútil, porque todo lo queen mí ha tomado interés lo ha sidosiempre arrolladora, brutalmente.2BilbaoJulio 15 de 1951Por la noche ha llovido, respirohondamente el aire humedecido,desde aquí las suaves colinasreverdecidas, el Edificio macizo,gris. El ambiente poco másreconcentrado que el resto deEspaña me anima a decir que setrata de un sitio agradable. Anoche,al regresar de la feria en un pueblitocercano, surgió lo que temía. Losojos se perdieron y la conciencia sehizo anónima. Al día siguiente tuveel desgraciado desvarío en el cualno logro establecer diferencias ycamino casi arrastrada por una pétreaindiferencia a menudo dolorosa, nopara mí, sino para los que me rodean.Me duelen estos aislamientos y sinembargo, son una alta clave…Desde mi cama dominaba cómola extensión corría midiéndosepor lámparas aún encendidas. Merecordaba las inigualables noches deSomo en las que el mar, los obscurosy profundos ruidos del campo,Santander luminoso a lo lejos, meretenían despierta hasta altas horas dela noche.Aquella isla de Somo, en la que díaa día el campo me despertaba conun asombro más amoroso, como sila tierra se estremeciera rompiendoen gritos y el sol cayera sobre ella ycopara hasta la última hendidura.Yo bajaba entonces por el estrechosendero en forma de caracol con unvértigo húmedo al olor incitante delas hierbas silvestres, y de los pinarescercanos.Recuerdo: había una línea de aguadulce donde abrevaban las bestias detrabajo, me gustaba madrugar porverlas beber lentamente y alejarseluego con hueca satisfacción desus pupilas, muy semejante a la quepasea más de una persona a nuestroderredor; cuando se habían idoyo me descolgaba por un pasadizode troncos y, mojando mis piesbajo la sombra de las ramas, creíarefrescar un poco mi cabeza siempreenfebrecida.Ibero 39

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