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mujeres y equidad - Ediciones Universitarias

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nasia de voz ni de gestos, o quién sabe. Los hijos de Mirella vivenen otras ciudades. Tal vez nadie era para mí o yo no era paranadie. Pero desde hace un mes la duda me asaltó. Tal vez sí erapara alguien aunque me haya sentado en mis laureles. Esto no selo puedo contar al ex marido de Mirella. Se trata de que yo seala fuerte y no a la que le andan pasando cosas. Por eso decidí quepondría la cámara de video de mi sobrina aquí en la repisa delcomedor y que sentadita y muy compuesta, para ello tuve quedescorchar una botella de tinto, Luigi di Bosca, Malbec, promociónde abril, y le relataría a la cámara lo sucedido. Como unode esos programas de televisión donde uno comparte con unauditorio de millones la intimidad. Pero ustedes son invisiblespara mí. Es mi voz la que los necesita. La verdad es que no pensabaque podía haber un revuelo en mi vida a estas alturas. Nuncame ha dado por escribir mis pensamientos, es el sonido de lavoz la que me ayuda a ordenar. Me explico. La encontré debajode la puerta una tarde en que volví de merendar con las primas.Era una hoja de cuaderno a rayas y con letra manuscrita decía:Me encantas. ¿Se imaginan? Alguien confesando que esta mujerque perdió cintura, a quien el cuello se le acomoda en pliegues,que disimula las canas con un tinte cenizo,puede ser mirada. Abrí la puerta y espiépor el pasillo del edificio, no podía saberhacía cuánto había sido deslizadapor debajo de la puerta. ¿Qué vecinoera? La intriga me exaltó. He vividojunto a un admirador y por fin seatreve. Eso no me podía estar pasandoa mí, no correspondía almundo de las pequeñas cosasque ampliadas me hacían la vidamás grata. Esta era una amplificaciónen sí misma. Creía teneralguna idea de los que vivían enel edificio, aunque podía ser alguienque no viviera en la unidadcomo el cartero, el repartidordel periódico, el que afila los cuchillos.Poco probable pues al repartidordel periódico, por ejemplo, no lohe visto nunca porque lo lanza a las cincode la mañana contra mi puerta y me advierteque un mundo se desgaja en sangre, caídasde bolsa, liposucciones y ofertas a dieciochomeses sin intereses. ¿Podría ser el señor del Club del Vino?Me encanta el vino tinto como ya he dicho. Una desgraciano poder compartirlo con nadie porque a veces dosifico labotella en varias jornadas, pero cuando me toca un aterciopeladocon carácter y sabor a frutos rojos, como reza la calificacióncon el que llega a casa en una cajita que dice “¿Y usteda qué vino?”, una copita o dos no bastan. La disfruto lentamenteacompañada de aceitunas, un poco de queso o unapasta. Si el de la nota fuera el chico de la promoción mensualdel vino, la siguiente vez debía recibirlo con mi vestido azulmarino de lunares que tiene un ligero escote y al que le vabien el collar de perlas. Y preguntarle así, coquetamente, al42 IBEROMe encanta el vinotinto como ya he dicho.Una desgracia no podercompartirlo con nadie porquea veces dosifico la botella envarias jornadas, pero cuandome toca un aterciopeladocon carácter y sabor a frutosrojos, como reza la calificacióncon el que llega a casa enuna cajita que dice“¿Y usted a qué vino?”,una copitao dos no bastan.recibir el paquete: “¿Y usted a qué vino?” Pero es un hombre detreinta y tantos, que jamás ha posado su mirada en la mía más de lacuenta, que anda haciendo su trabajo de prisa, que sólo dice“firme de recibido”, y añade “gracias, señora” porque le doyveinte pesos. Pienso que debe irse por los pasillos mascullandopor lo bajo: “Vieja borracha”. Pero el vino no es para emborracharse.Ustedes lo saben. El buen vino es un pacto con lo divino.Que me perdone Mirella y su catecismo. Mejor que ir a misa.Excluidos los que no viven en el edificio hago un repaso a losvecinos. Algunos hemos vivido en el edificio muchos años y nostopamos en las juntas de administración. Pero yo hace muchoque no voy. Me disgustan. Siempre alguien quiere micrófono,como yo, ustedes perdonen que abuse. Pero aquí entre nos, esmás interesante esto que les cuento que los ruidos de la tuberíaanacrónica o las fallas en el drenaje o que hay un panal de abejasen la cisterna. El del ocho es un cascarrabias, profesor universitario,que no se digna a decir buenos días cuando uno se cruzade frente con él. Ése aunque tuviera una doble personalidad, porgrosero, no me interesa. Desde que encontré la nota hace variassemanas, no he hecho más que hacer mis rondas como un detectivedisfrazado de señora arreglada. Loque hago es caminar despacio y con tacones.Si le gusto a alguien en este lugar,hay que arreglarse para él. Desdela nota, ya no voy a caminar al parqueen tenis, paseo a las doce del día y alas cinco de la tarde con mi vestidode lunares y mi collar de perlas. Eslo único que tengo para lucir. Andreay Mirella dicen que ya mequite el vestidito cuando vienena tomar el café aquí. Lleguen despuésde las seis les digo. Porquemis paseos matutino y vespertinono serán alterados. Protestanpero no les voy a contar. Se burlarían.Te estás pintando demasiado,me dijo Mirella el otro día. Espara hablar con tu marido, desgraciada,tuve ganas de decirle pero mecontuve. Porque la verdad lo he desatendido,desde que ando viendo quién está trasde mis huesos (literalmente) no tengo serenidadpara llenarlo de palabras. Tendría que contarle lo queme está pasando porque no hay nada más que ocupe micabeza. Aparte del vino. Ahora veo las etiquetas pensando enque en ellas está la clave para dar con el provocador. Elegantecon notas de vainilla. Entonces salgo con esa mira en mano.Recorro desde el piso uno al cuarto por las escaleras. La señoraLeticia del 408 sale siempre que oye mis tacones y dice quetanto subir y bajar escaleras a mi edad me va a dar algo. Me lorecetó el cardiólogo, le miento, porque no voy a doctor alguno.Estoy muy sana. Por lo menos estoy mejor que Andrea quetiene sordera y colitis. Y que no duerme si no se toma su pastillita.Me ha sugerido últimamente que vivamos juntas. Dossolteronas al fin. Ni loca y ahora menos. Les decía que voy de

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